En su célebre tango Cambalache (1934), Enrique Santos Discépolo formula una metáfora cruel con la que sintetiza el relativismo de su siglo XX: “ves llorar la Biblia contra un calefón”. Cambiamos de siglo, pasaron 91 años de esa pieza de escepticismo doloroso y las cosas parecen no haber cambiado.
Son tiempos en que un reguetón sexista y apologético de la violencia tiene más escuchas en Spotify que una fuga de Bach. En que un titular sobre problemas de alcoba de un jugador de fútbol genera más clics que un cuento de Horacio Quiroga. En que un colmado Teatro de Verano aplaude a un seudoartista que califica de “conchuda” a una dirigente política, mientras las obras de grandes escritores nacionales duermen el sueño de los justos. En estos tiempos iguales a la vidriera irrespetuosa de los cambalaches, hubiera sido lógico que el gobierno aprovechara la celebración del Día del Libro para promover la lectura, como se hizo durante la gestión ministerial de Pablo da Silveira con masivas sueltas de ejemplares en todo el país e inauguración de bibliotecas temáticas en los 19 departamentos. Del mismo modo que lo hacen instituciones privadas como la Escuela y Liceo Elbio Fernández, que realiza en esa fecha una tan tradicional como necesaria maratón de lectura, con invitados del ámbito cultural y político.
Para la actual directora de la Biblioteca Nacional, Rocío Schiappapietra, esos son actos de “romanticismo”. Utilizó la magna fecha, coincidente con la inauguración de la institución en 1816, no para promover la lectura sino para cancelarla: “yo podría haber hecho un evento romántico”, dijo, “pero esa es una decisión que no tiene que ver con mis formas de trabajar”. Se hizo cargo de manera personal de una decisión por demás discutible y embarcó al gobierno en un nuevo caos declarativo de contradicciones e improvisaciones sobre la marcha.
Ahora hay gente que dice que la Biblioteca permanecerá cerrada solo durante un mes, pero el presidente Orsi acaba de justificar la medida argumentando que hay algunas en Europa que permanecen cerradas “por cuatro o cinco años” (sic).
Primero rompemos todo y después vemos qué hacemos: anuncian que recién ahora van a elaborar una evaluación técnica, cuando lo lógico hubiera sido que la tuvieran pronta y con un plan de recuperación ya formulado, para proceder a implementarlo aun sin cerrar sus puertas. Los funcionarios, en tanto, quedaron “shockeados” con la noticia, que nadie les había comunicado.
Sería gracioso si no fuera tan grave reproducir en forma textual la declaración del presidente Orsi al respecto: “acá hay una necesidad de pasar a una biblioteca siglo XXI, porque la situación o las características de la biblioteca tal cual la entendemos es… eh… es esta… yo qué sé. Yo creo que las bibliotecas son el reflejo de la comunicación del momento o de la época en la que estamos”.
El vocero oficialista La Diaria optó por una línea argumental de retórica sofista. Lucía Germano Coore titula así su columna de apoyo a la desafortunada decisión: “Cerrar la Biblioteca Nacional en el Día del Libro no puede ser el principio del fin, sino un valiente punto de partida”. Opina que haberlo hecho fue “buscar un hecho político. No es resignación, es un golpe de realidad. El llamado escandaloso que nos tiene que interpelar, sacudirnos la mezquindad. No depende de un o una buena directora, la raíz es mucho más profunda. Es un llamado a entender, de una vez por todas, que esa frase que flota ahora en el aire, esa que una serie de plataforma popularizó, es más cierta que nunca: nadie se salva solo”. Está visto: El Eternauta sirve para todo. Hasta para justificar el cierre de un servicio cultural imprescindible que llevaba una tradición de más de 200 años en el país.
En momentos en que este gobierno precisaba fabricar algún escandalete del anterior para tapar los suyos propios, tantos y tan bochornosos, elige un objetivo equivocado: el exdirector Valentín Trujillo dejó más que claro el alto estándar de la gestión 2020-2025, en carta pública.
Todo este gran mamarracho es indicativo de una izquierda que reivindica la cultura con palabras pero la asfixia con hechos. Cuando la actual directora se refirió al poeta Carlos Sabat Ercasty como “Sábato Ercasty”, se hizo obvio el improvisado criterio con que el actual gobierno asignó tan importante cargo. Con antecedentes de la hondura intelectual de Tomás de Mattos, Carlos Liscano y Valentín Trujillo, resulta penoso que ahora se destine la política cultural del Estado a personas que no están a la altura, y que se dejan utilizar por minúsculas estrategias electoreras.