Uno de los temas que han marcado la agenda política estos días, es el batallón de periodistas y comunicadores que han “pedido pase” para la política. En especial, para el Frente Amplio. Más allá de Blanca Rodríguez, hemos sabido que la experiodista de canal 12, Ileana Da Silva, también se sumará a la coalición de izquierda, al igual que su colega Martín Lees. En este caso, un retorno, porque de manera bastante inusual, ya había hecho comunicación política en otra elección, y había vuelto al periodismo “puro y duro” por un tiempo.
Muchos analistas han sugerido que estos “pases” le hacen muy bien a la política, algo que parece mostrar o una admiración algo exagerada por nuestro estamento mediático, o un desprecio velado por la política. A quien seguro no beneficia es al periodismo, ya que da razón a muchos comentaristas que señalan que detrás de las noticias, y cómo se leen y priorizan, hay intereses partidarios. Y no precisamente para favorecer a “la derecha”, como se suelen quejar algunos frenteamplistas.
Pero más allá de estas discusiones, estos arribos recientes a la política han potenciado un fenómeno marcado en los dirigentes del FA, que es una apelación a una emotividad, a una sensiblería, que por momentos roza lo cursi y empalagoso.
Los primeros discursos de Blanca Rodríguez, por ejemplo, se han centrado casi exclusivamente en pontificar sobre sus orígenes, sobre sus gustos intelectuales, y sobre la necesidad de cuidar y amparar a los más vulnerables. Pero todo en un tono de novela de las 5, capaz de generar picos de glicemia en cualquier persona más o menos normal. Si se puede decir normal sin vulnerar la sesibilidad de algún colectivo, al que desde ya le pedimos disculpas.
Claro que lo de Blanca es áspero en comparación con lo de su correligionaria Da Silva. En un acto capaz de agotar las existencias de insulina en las farmacias, la hasta hace semanas aséptica presentadora de Telemundo 12, se lanzó a cantar a capela, llevando a las lágrimas a un usualmente parco Fernando Pereira, que estaba sentado a su lado. No sabemos si por emoción, o por un ataque de vergüenza ajena. “Cringe”, le dicen hoy los jovenzuelos.
Ahora bien, ¿a qué se debe esta apelación a un sentimentalismo tan básico a la hora de hacer política? ¿Por qué es que la gente “de izquierda” siente que estas muestras de emotividad son pertinentes en una campaña electoral? O incluso, ¿qué les hace pensar que ese culto a cuestiones personales que no tienen relación alguna con propuestas o planes de gobierno concretos, son moralmente tan superiores a cuando Ojeda hace fierros o anuncia que va a “adoptar” una mascota?
Hay dos aspectos que explican esto. El primero, tiene que ver con una cuestión, que es propia del pensamiento socialista o “de izquierda”, que parece convencido que la política es una cuestión de voluntad. Que alcanza con ser bueno, con tener sentimientos puros y sanos, para que los problemas de la vida en sociedad se solucionen por arte de magia.
Contra esta postura se alza aquello que dice que “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”. Y la verdad histórica irrefutable, de que las recetas políticas impulsadas por gente que ha mostrado este nivel de mesianismo cursilongo, creyendo que la organización social es una película de Disney en la que todo es una lucha de buenos contra malos, suele terminar horrible.
Alcanza leer algo de Benedetti o de Neruda (salvando las enormes diferencias de talento en beneficio del chileno), y ver qué sistemas apoyaban, para sacarse las dudas.
El segundo tiene que ver con la superioridad moral. Los políticos y militantes “de izquierda” parecen convencidos de que ellos son los defensores de todo lo bueno, y por eso tienen esa necesidad de mostrarnos todo el tiempo lo sensibles y emotivos que son. En contraste, claro está, con los malvados insensibles, capaces de hacer números y ver que la mayoría de sus propuestas llevan a un despeñadero al país.
Esto nos recuerda una frase del genial economista Thomas Sowell, que decía: “el discurso de la izquierda es ‘ya sabemos todo, si solo tuviéramos todo el poder, podríamos arreglar todos los problemas.’ El tema es que su conocimiento es necesariamente limitado, y su soberbia suele llevar al desastre”. Otro pensador brillante, el británico Roger Scrouton aportaba que “La izquierda es muy buena con los eslóganes, por ejemplo: ‘¡marchemos unidos hacia adelante!’. Probablemente la respuesta más contundente a esto de un conservador sería ‘dudemos’. Y como que eso no tiene el mismo efecto”.