El Frente Amplio hace agua por todos lados. Empecemos por el nombre: lo más probable es que sea no un Frente sino una Fachada. Porque un Frente abarcaría a quienes lo integran en una comunidad conceptual, ideológica. En cambio, una Fachada tiene algo de oculto, de algo que pretende tapar lo que no se quiere mostrar. Decididamente, esta última acepción es la que mejor comulga con la izquierda uruguaya puesto que detrás de la mencionada fachada se esconden y escudan partidos, grupos y grupúsculos que muy poco tienen que ver entre sí. La muy explícita "colcha de retazos" comprende socialistas, comunistas, maoístas, anarquistas, trotskistas, marxista-leninistas, radicales innominados, sectores de ex partidarios blancos, colorados y católicos y la consiguiente legión de máscaras sueltas que se agrupan y se disgregan según las circunstancias. Delante de todo ese conglomerado atomizado está el elenco gubernamental, objeto de aplausos de los involucrados en él y de ácidas críticas no solo, naturalmente, por parte de la oposición sino, además, por grandes sectores de la coalición. Así, según el tema a decidir, los comunistas (que tienen una buena tajada en el reparto ministerial y sindical) dicen que el gobierno se "derechiza", en tanto los radicalizados se cansan, y lo manifiestan, de las continuas volteretas presidenciales, en lo cual coinciden, por cierto, con lo que opinan los opositores y el hombre de la calle. No faltan quienes acusan de que se sigue una política neoliberal y hambreadora. Tampoco escasean quienes van más allá y hacen oír su veredicto de traición que dirigen hacia los que han asumido tareas gubernativas y se han embarcado en un pragmatismo que dicen se basa en la ética de la responsabilidad, principio que no aplican coherentemente.
El "fachadamplismo", pues, a casi dos años de haber asumido el gobierno, ya no puede seguir excusando su inoperancia echándole la culpa a la herencia maldita, argumento que, por otro lado, no se compadece con lo que viene ocurriendo desde hace más de quince años en la intendencia capitalina regida por Vázquez-Arana-Arana-Ehrlich.
La única verdad axiomática parece ser que la coalición de izquierda ha incorporado a su mentalidad política una especie de mutación genética mental que le impide encarar constructivamente el porvenir del país. A esta negativa práctica se agrega un factor fundamental: está apegada a principios (¿dogmas?) que ya eran muy discutibles en el pasado remoto en que fueron enunciados pero que hoy son rechazados de plano por cualquiera que tenga dos dedos de frente. Hablar, por ejemplo, de lucha de clases, plusvalía, y de la propiedad de la tierra para resolver nuestros problemas sociales y económicos -en estos tiempos de informática, globalización de los mercados y de la cultura y de los viajes espaciales que borran todo tipo de fronteras- es tan válido como pensar hacer funcionar una fábrica recurriendo a las antiguas máquinas de vapor. Una parte de la izquierda -hay que reconocerlo- ha evolucionado y adoptado una posición posmoderna del marxismo. Por ello, es democrática, pluripartidaria e igualitaria. No se opone ni al mercado ni a la globalización. Pero no se puede desconocer, tampoco, que existen otros sectores -cuya fuerza es aún invaluable- que permanecen fieles a aquellos dogmas perimidos. Del ejemplo de China toman no la apertura económica para contemplar a los inversores y a los consumidores sino la planificación centralizada, el unipartidismo y la dictadura del Partido Comunista. ¿Cuál de las dos tendencias predominará en la izquierda uruguaya?
Hay indicios que favorecen a cada una de ellas: un proyecto de reforma tributaria que flagela a las clases medias (la pequeña burguesía, para Marx); una decisión de concretar un TLC con Estados Unidos, luego sustituido por un tratado poco relevante; la vergonzosa e insólita aprobación parlamentaria (una mácula en nuestra historia legislativa) del ingreso al Mercosur de la Venezuela de Chávez y, finalmente por ahora, como frutilla de la torta, una elección interna en el F.A. que reconoce el derecho al voto a los niños de 14 años que, por su edad, no podrán votar en las elecciones nacionales próximas pero sí en las siguientes, apuntalando su opción política con la malhadada enseñanza de la historia reciente.
Nadie sabe -pero se presume- qué sucederá cuando ese huevo eclosione.