Cuando en el fervor del debate hay quienes reclaman por la paz o acusan a Israel de genocidio, pero a la vez se envuelven con la bandera palestina y se arropan con la pañoleta negra y blanca, no es la paz lo que les importa ni es el genocidio lo que les preocupa, sino que quieren que esta guerra la gane Hamás. Por eso es necesario llevar adelante una campaña de opinión que desprestigie a Israel.
Tanta simpatía por Hamás puede encontrarse en el siempre latente antisemitismo que anida en mucha gente. ¿Qué sentido tiene, sino, simpatizar con un grupo terrorista que tiraniza a su pueblo, lo somete al horror de una guerra por él provocada, inspirada por su fanatismo religioso y su extremismo nacionalista y derechista? Sólo se explica por el odio a todo lo que es judío y la envidia a un país que creó un estado pujante y democrático, allí donde lo rodean tiranías.
La decisión del gobierno uruguayo de congelar el convenio firmado entre la Universidad Hebrea de Jerusalén y la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) es un torpe error diplomático. O tal vez ni siquiera un error, sino un deliberado paso para tomar partido a favor de Hamás en este conflicto que lleva casi dos años.
Las acusaciones contra Israel lanzadas incluso por países occidentales pasan por alto que en este guerra hay dos bandos, no uno. Son dos los que combaten y matan, no uno.
Toda guerra es un horror. También lo es esta y la que se libra de igual modo sanguinario en Ucrania. El espanto de este enfrentamiento es que es la población civil quien paga un precio cruel. Hay datos que no se pueden obviar. La guerra la empezó Hamás una aciaga noche de octubre del 23, cuando lanzó a sus huestes a masacrar civiles israelíes, a violar mujeres, matar niños y a llevarse 251 rehenes para esconderlos en sus túneles en la Franja de Gaza.
Hamás también decidió cual sería el campo de batalla al llevarse a Gaza a sus rehenes, recluirse en sus túneles y lanzar desde ahí sus misiles contra Israel. Lo hizo a sabiendas que era donde vivía su propia gente, en sus viviendas, escuelas y hospitales, porque allí estaban instalados los puestos de lanzamiento de misiles y sus cuarteles. Por lo tanto la lucha sería en medio de su población. Además, algo típico de los grupos terroristas, solo usa uniforme cuando quiere lucirse. En la pelea diaria, se mimetiza con la gente, con los médicos, con los periodistas. A diferencia de otras guerras donde lo primero que se hace es evacuar a mujeres y niños, para Hamás evacuar civiles no es su prioridad.
Cuando el mundo se horroriza ante la muerte de tanta población civil, y en especial de niños, antes de rasgarse las vestiduras y gritar “genocidio”, primero hay que ver quien es el principal causante de tantas muertes. Porque las seguirá habiendo mientras Hamás siga lanzando sus misiles y no libere a los restantes rehenes (algunos quizás ya muertos). Es Hamás quien mantiene cautiva a su propia gente en el terreno elegido para que se libre la guerra.
Hamás no está libre de culpa por tanta muerte. También a su antojo informa a la prensa acreditada en Gaza y da sus propias y no verificadas cifras y las características de esas muertes. Es quien manipula la ayuda humanitaria. En toda guerra siempre se generan situaciones de hambre y mala atención sanitaria. Pero no toda la culpa es solo de uno de los beligerantes. Al otro le sirve meterse en esos operativos de envíos de vituallas porque lo que importa es que sean sus combatientes quienes estén en condiciones de seguir la lucha, por encima de las urgencias de su población.
Importa destacar esto, porque en un mundo que con justificado horror trata de parar una guerra sanguinaria, solo carga las tintas hacia un bando, olvidando que el más inescrupuloso, el que empezó la guerra y que aún retiene rehenes, es el otro.
Esa visión está promovida por un innegable antisemitismo. No es paz lo que buscan, sino el triunfo de Hamás, el bando con el que simpatizan y que realmente está interesado en que no haya dos estados porque su consigna es luchar hasta echar a todos los judíos al mar.
Al “congelar” un acuerdo de intercambio científico con una universidad autónoma y del prestigio de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Uruguay no solo se cierra a una experiencia que puede ser enriquecedora, sino que toma partido. Y lo hace por el verdadero villano en esta guerra.
Toma partido en forma arbitraria porque una porción grande de este país no está en la tesitura del gobierno.