La entrevista publicada el pasado domingo por El País con la ministra de Transporte y Obras Públicas, Lucía Etcheverry, volvió a poner sobre la mesa el tema del transporte público en la zona metropolitana. Se trata de un problema creciente, donde la sociedad paga el costo de décadas de inoperancia estatal y falta de inversión. Al punto que, como dice la jerarca, “la gente no da más”.
Y es una gran verdad. Por un lado, hay desde hace décadas una masiva migración a los departamentos hacia el este, en buena medida por culpa del abandono en el que las sucesivas gestiones de Montevideo han dejado a la capital del país. Por otro, por la falta de previsión y desarrollo de sistemas de transporte moderno y eficiente, que condena a las personas a moverse en buses lentos, viejos, con rutas absurdas. O caer en la telaraña del transporte privado, de la cual los interminables atascos que se pueden ver cada mañana en los ingresos a la capital, son sonoro testigo.
Ahora bien, así como hay aspectos compartibles de lo que sostiene la ministra, una de las más profesionales y eficientes de la actual administración, hay otros que generan enormes dudas.
Para empezar, en los últimos años, ha habido decenas de proyectos y planteos para mejorar el transporte público en la zona metropolitana. En particular en estos meses se han presentado ideas muy desafiantes, que van desde trenes eléctricos, a modernos sistemas aéreos. Incluso se ha reflotado la vieja idea de hacer tramos subterráneos. Esto, también hay que decirlo, debido a que estamos en un momento donde es relativamente fácil acceder a financiamiento internacional, y el país tiene posibilidades que le permiten pensar a largo plazo a la hora de invertir en algo así.
Sin embargo, lo que vemos en las declaraciones de la ministra, y de las distintas figuras del gobierno, es algo que suena poco transformador.
Se habla de un sistema de buses “articulados”, que circularían por las mismas vías que ya se encuentran desbordadas. Y se descarta cualquier proyecto innovador, sin explicar demasiado los motivos.
Lo primero que llama la atención es que una vez que se toma la decisión de invertir y pensar a futuro, se tenga tan escasa ambición de impacto. ¿No es momento de dejar los enormes buses que navegan en el tránsito caótico de la capital y aprovechar a innovar? Si se va a tomar la decisión de invertir una enorme suma de dinero, ¿por qué no se apuesta por algo que sea verdaderamente removedor, y que nos ponga al nivel de las grandes ciudades del mundo? ¿Por qué no pensar que el país va a seguir creciendo, y un sistema de transporte público revolucionario es la clave que ha permitido el despegue en todos lados?
Por lo poco que se sabe, podría ser un tema de costos. Pero las versiones hablan de que este proyecto actual, ya de por sí costaría más de 500 millones de dólares. ¿Todo ese dinero para hacer una actualización modesta de lo que ya hay?
Lo segundo que llama la atención es la falta de información clara.
El gobierno anuncia que se piensa lanzar a invertir una buena suma de dinero en renovar el transporte, pero no se escucha nada de licitaciones, ni de llamados públicos, ni de competencia de proyectos. Por lo visto, hay una decisión tomada de ir por un camino, sin que haya ningún tipo explicación de cómo se llegó a esa postura.
Tampoco se ha hablado públicamente sobre los costos totales, ni de por qué se habrían descartado otras opciones que lucían tan seductoras para dar un salto de calidad en el transporte público.
Esta opacidad ha generado que a explota la suspicacia a nivel popular ya se hable de connivencias con empresas existentes, y otras cosas. Más allá de que pueda ser un disparate, esa es la consecuencia clara de llevar adelante un proceo tan trascendente, difundiendo tan poca información.
Como corolario, ya se escuchan voces de algunos expertos y asesores que sugieren que para que el nuevo sistema funcione, habría que imponer gravámenes o prohibiciones a los coches privados, lo cual no habla demasiado bien de lo eficiente que sería el plan que están pergeñando. Si hubiera un tren o un sistema de ese tipo, sucedería como en las principales capitales del mundo: la gente libremente opta por ellos, y deja el auto en su casa, sin tener que ser presionado por la autoridad.
Como vemos, hay mucha opacidad en todo este proceso, que es demasiado importante, como para que se maneje en las sombras, y sin dar información suficiente. Eso sólo conspira para generar suspicacias y desconfianza en la gente.