No se puede amar a tu país y a tu gente solo cuando ganas las elecciones”. Esa frase de Joe Biden tras la derrota demócrata contra Trump, debería ser analizada muy a fondo por el todavía oficialismo, mientras se lame las heridas de un resultado electoral tan injusto como apabullante.
Es humanamente comprensible que casi 100 mil votos de diferencia en favor del Frente Amplio, y de un candidato con el carisma y manejo intelectual de Yamandú Orsi, hagan que mucho dirigente y militante de la Coalición Republicana hoy encuentre difícil disimular su decepción con la sociedad uruguaya. Pero, políticamente, es inaceptable.
Es verdad que las sociedades a veces se equivocan, como dijo Tabaré Vázquez hace unos años. Pero el proceso electoral que ha terminado este fin de semana, tiene características que no permiten a los derrotados caer en la autocomplacencia, culpar a los votantes, o hacer análisis frívolos y destructivos. La consecuencia de esas acciones se puede ver claramente en Montevideo, el departamento peor gestionado del país, pero que hace 40 años es gobernado por el Frente Amplio, sin que haya miras de un cambio de tendencia.
Si los partidos que pasarán a la oposición el próximo 1° de marzo quieren volver a ser competitivos en 2029, y si quieren tener una voz influyente en los próximos cinco años, es necesario que hagan un ineludible proceso de introspección. Porque algo se hizo muy mal.
Todo el que haya vivido en este país en este período, sabe que la economía está mucho mejor que en 2019. Todo el que tenga un mínimo de racionalidad, sabe que el combate a la delincuencia es mejor ahora que en 2019. Que la postura externa del país es más respetada y más digna que en los 15 años previos, cuando éramos vagón de cola de potencias clase C. Que el gobierno actual gestionó las crisis que le tocaron de manera eficiente y solidaria.
Pero, igual perdió las elecciones por casi 100 mil votos.
Una tentación simplona es hablar de “problemas de comunicación”, como si la gente fuera estúpida, y no entendiera lo que pasa. Otra es culpar al candidato, como si quien ganó fuera una reencarnación de Winston Churchill. Nada de eso es verdad.
La realidad pasa por el hecho de que el Frente Amplio ha logrado una victoria cultural, trabajada durante décadas, y que lleva a mucha gente a creer que simplemente son el costado moral de la política. Que pueden cometer errores y horrores, pero siempre lo hacen pensando en el bien común y en la felicidad de la gente. Y han impuesto este discurso cooptando las instituciones sociales, educativas, las asociaciones profesionales, las redacciones de los medios de comunicación.
Así han conseguido el hito de lograr que ante la duda, ante candidatos similares, ante planteos económicos más o menos parecidos, la gente se incline de manera entusiasta por el Frente Amplio. Aunque a los seis meses esté despotricando contra la prepotencia sindical, contra las políticas de genero ridículas, contra los impuestos asfixiantes, y contra la politización de la justicia o los límites anacrónicas al derecho de propiedad o la libertad de expresión.
La pregunta que cabe hacerse es ¿por qué ningún dirigente relevante de la Coalición profundizó en estos temas en campaña? ¿Por qué se dedicaron a debatir sobre porcentajes del índice Gini, sobre cantidad de empleos, sobre la comisión de las AFAP? Si nada de eso termina llevando a que ningún uruguayo, puesto ante opciones más o menos parejas, se incline por votar en contra del Frente Amplio?
Existe un sentimiento de culpa en muchos coalicionistas, que han sido formateados por el mismo sistema que estructuró al votante frentista, por el cual no les gusta profundizar en esas polémicas. No solo eso, sino que siente un oscuro placer en desmarcarse a los gritos de quien lo haga, buscando la sonrisa cómplice del parroquiano de Cordón Soho. Ese que no solo jamás lo votará, sino que disfruta viéndolo en el suelo. Pregúntenle a Pablo Mieres si no.
Y hay también falta de formación. Duele ver a dirigentes de la coalición escapar de cualquier debate que tenga aroma a ideología, más que nada, por no tener las lecturas necesarias para enfrentarlo.
Una derrota como esta es el momento indicado para replantearse estrategias y ambiciones. Mientras en Argentina, en Estados Unidos, en Alemania y Francia, el debate político de estos años ha sido esencialmente cultural, aquí se pelea por minucias y detalles económicos ínfimos. Si no se abre la cabeza, si no se pierde el miedo a confrontar de manera respetuosa, pero en serio, los años que vienen serán muy duros.