Es difícil concebir fracaso más grande que el de la elección interna del oficialismo izquierdista en Chile el pasado domingo 29 de junio. Sobre un total de padrón electoral de alrededor de 16 millones de personas, sin voto obligatorio, hubo menos de 1,4 millones de votos válidos para la elección que estaba llamada a definir qué candidato a la presidencia sería el que representara la línea del actual gobierno del presidente Boric.
Dentro de ese menos del 10% de participación total, que es menos incluso que el magro 1,7 millones de personas que votaron en las últimas internas izquierdistas de 2021, la candidata comunista ganó con una amplia mayoría de más de 825.000 votos. Esto quiere decir que el oficialismo, hecho de cuatro partidos distintos, tendrá en Jeannette Jara a su representante, y al legado de Boric en su balance, para presentar en las elecciones generales del próximo 16 de noviembre.
En Chile, después de las elecciones de enero de 2006, la coalición gobernante nunca logró triunfar en elecciones. Van ya cuatro instancias consecutivas en las que siempre ha ganado un candidato de oposición. La de este año, a estar por el resultado de esta interna y por lo que auguran las encuestas, tampoco será la que rompa con esta práctica. Es que sin duda alguna la candidatura de Jara tiene dos enormes déficits.
En primer lugar, está la herencia que deja Boric. A pesar de las esperanzas que generó con su elección en 2021, y sobre todo entre los izquierdistas uruguayos que poco menos que pensaron que estaban ante la reencarnación de su adorado Allende, se trata de uno de los presidentes peor evaluados de la historia reciente de Chile a esta altura de mandato. En efecto, la opinión pública no solamente califica insatisfactoriamente a su gobierno, sino que además señala que el país va por mal rumbo a futuro. Si alguna duda cabía, la escasa participación electoral de esta interna deja en claro ese profundo malestar ciudadano, que se extiende en tiendas propias de la izquierda y por supuesto en las ajenas de la derecha.
En segundo lugar, está el perfil propio de la candidata. Si bien es cierto que ha intentado moderar su discurso y en parte ocultar sus raíces comunistas, a nadie escapa que Chile no es un país que esté con voluntad de correr su rumbo de gobierno hacia una izquierda aún más radical que la que ha conducido Boric estos años. En definitiva, la izquierda trasandina está sufriendo lo que ya hace mucho el politólogo italiano Sartori identificó como la extrema participación de las minorías intensas: se trata de la sobrerrepresentación de grupos hiperpolitizados con convicciones dogmáticas, que ocupan grandes espacios de protagonismo en organizaciones políticas y sociales, pero cuyas opiniones en verdad no son representativas de las grandes mayorías.
Además, para esta elección nacional de noviembre el voto en Chile es obligatorio. Esto quiere decir que ya no habrá participaciones escasas como hubo en estos lustros, del eje del 50% del electorado, sino que deberán acudir a las urnas ciudadanos por definición no tan politizados y que rechazan los caminos extremistas. A ese electorado, hecho de un universo cercano a los 16 millones de votantes, el oficialismo, con sus deficiencias en el gobierno, le ofrece una candidata comunista cuya legitimación personal en las urnas es menor al millón de votos: definitivamente, el camino zurdo trasandino va derecho al fracaso también en la próxima primavera.
Los principales resultados de encuestas así lo muestran. A inicios de junio la encuesta de Plaza Pública Cadem señalaba que la desaprobación de Boric era del 59%, y que en la preferencia presidencial espontánea los candidatos de derecha Kast (17%) y Matthei (16%) estaban muy por encima de Jara (8%). Otra encuesta luego de la interna, de Panel Ciudadano UDD, mostró que los simpatizantes del oficialismo parecen alinearse tras la candidatura de Jara, que alcanzaría 26% de intención de voto, pero con Kast en 23% y Matthei con 19%.
Ciertamente, falta que los tres candidatos presidenciales de derecha demuestren que son capaces no solamente de competir, sino también de cooperar en una perspectiva de gobierno conjunto y de alternancia con respecto al gobierno de Boric. Si lo logran, lo más probable es que el que llegue primero en noviembre termine siendo presidente electo luego en el balotaje.
Lo que mostró la interna oficialista fue un escaso apoyo en las urnas y la elección de una comunista para presidir Chile. Se trata de un verdadero fiasco.