Este año 2025 es clave porque se cumplen doscientos años de muchos de los episodios más importantes que fueron pautando nuestra independencia nacional, y ayer fue el aniversario de la gran batalla librada en Sarandí por los comandados por Juan Antonio Lavalleja.
Hay un antecedente clave para el éxito de Sarandí, y fue la batalla de Rincón en setiembre: Fructuoso Rivera, enteramente alineado tras el encuentro de Monzón con los liderados por su compadre Lavalleja, logra en esa oportunidad sorprender a los brasileros y robarles cerca de 8.000 caballos, con el coraje y la decisión de enfrentar a la fuerzas enemigas sable en mano. Los orientales dispusieron así de las caballadas necesarias que hicieron posible la victoria memorable de Sarandí.
Sarandí es una muestra de coraje y de unión nacional impares. Por primera y única vez se encontraron juntos en un campo de batalla defendiendo la libertad de la provincia los principales jefes orientales de la época: Juan Antonio Lavalleja, Fructuoso Rivera, Manuel Oribe, Pablo Zufriategui, Leonardo Olivera, Julián Laguna, Andrés Latorre, Bernabé Rivera, Manuel Freire e Ignacio Oribe, entre otros. Y el asunto era realmente serio, porque una derrota allí hubiera significado una historia completamente distinta a la que hoy vivimos: sin Sarandí no habría habido apoyo porteño para vencer luego, en 1827, en la gran batalla de Ituzaingó.
La arenga de Lavalleja a sus tropas en aquel 12 de octubre fue una esperanza y un deber: “nuestra retirada será el Río Grande, queda prohibida la voz de alto o vuelta cara”. En criollo, y doscientos años más tarde: para adelante o más nada. Como bien dijo cuando dio la orden de carga, famosa desde ese entonces: “carabina a la espalda y sable en mano”. Un documentado estudio crítico de la batalla de Sarandí publicado años más tarde ha dicho que Lavalleja modificó los moldes antiguos de cómo dar esas batallas a campo abierto: flanqueos adelantados que desorganizan un ataque frontal; reserva adelantada en la dirección del esfuerzo; y luego, sin perder el tiempo en una descarga de fusilería, el combate se hace a caballo y lo sigue el arma blanca: cuando el enemigo brasilero espera las balas, ya tiene los sables sobre sus pechos.
Así mismo lo explicó el propio Lavalleja en carta a Pedro Trápani, desde el cuartel general y tres días más tarde de la batalla. En efecto, le escribe que 24 horas después de la acción en el campo de batalla “andábamos buscando nuestros compañeros y encontrábamos algunos que se habían arrastrado más de diez cuadras por encontrar agua para poder apagar la sed que causaban las heridas de las balas, porque la mayor parte o todos están heridos de bala. El motivo que ha habido para tener una pérdida de oficiales tan grande, ganando la acción, fue que estos fueron los primeros que al frente de sus compañías y escuadrones dieron el ejemplo a sus soldados”.
En Sarandí nadie se excusó para quedar atrás. Estaban todos los jefes orientales, y todos obtuvieron ese triunfo decisivo en suelo patrio. Lo señala también Lavalleja en su misiva a Trápani: “lo que puedo asegurar a usted es que ya podemos decir que nuestra provincia es libre y no tengo que temer a los enemigos. (…) Basta decir a usted que anoche ha sido la primera vez que me he desnudado para dormir desde que salí de Buenos Aires”, lo que quiere decir que desde abril de ese año las fuerzas libertadoras vivían en alerta ante el peligro de los ataques brasileños. De hecho, luego de Sarandí sólo quedaron en poder de los brasileros las plazas de Montevideo y de Colonia.
Cuando la noticia de la victoria de Sarandí llegó a Buenos Aires, “el pueblo estalló en una explosión de patriotismo de todas las clases de la sociedad”, según lo narró José Trápani. Fue una presión importante de parte de la opinión pública de la gran ciudad, ya que el gobierno argentino se vio de alguna manera obligado a reclamar a la provincia oriental para la convivencia en el seno común del Río de la Plata: en efecto, pocos días más tarde, el 25 de octubre, el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata reunido en Buenos Aires reconoció la reincorporación de la Provincia oriental. Naturalmente, ese desafío al Brasil implicó que el imperio desde Rio de Janeiro declarara a su vez la guerra el 10 de diciembre de 1825.
Sarandí no es solamente una muestra de coraje militar excepcional y de potente unión nacional. Es también la determinación del futuro Uruguay por su libertad e independencia. Así debemos recordarlo.