Se trata este del último editorial antes de que comience la veda de cara a las trascendentes elecciones del próximo domingo. Es por tanto, la última oportunidad de hablar claro y alto a la sociedad sobre lo que se juega en esta convocatoria a las urnas. Y si algo dejó en claro el debate del pasado domingo, es que estamos ante un cruce de caminos determinante para el futuro del país.
Desde el Frente Amplio, y sus hegemónicos satélites mediáticos, se ha apuntado durante toda la campaña a imponer la narrativa de que no hay mucho en juego. Que su candidato es el paladín del diálogo, de las buenas formas, y que apenas buscarían hacer algunos ajustes para darle un toque más “social” a las políticas públicas. A buscar “consensos”, “diálogo” y alegría para todos. La realidad muestra una cosa muy distinta.
El proyecto que busca imponer el Frente Amplio es volver a dar prioridad a las corporaciones sindicales, al Estado como jugador principal de la economía, a asfixiar cualquier intento de empuje personal.
Estamos ante un Frente Amplio que está más recostado a sus sectores más radicales en lo ideológico que nunca, y que no tiene ningún tipo de cortafuegos para imponer la racionalidad ante el avance de las fuerzas más ideologizadas.
Esto quedó en evidencia en el debate entre los candidatos, en el cual todos pudimos comprobar que Yamandú Orsi no tiene ni la personalidad, ni el talante, ni la autoridad, para liderar al país en un momento como este. Será una persona muy honesta, macanuda, amigable. Pero si en un debate, (el único que aceptó) donde se presenta para ocupar el cargo más importante del país, no puede salirse una línea de lo que le libretan quienes están en las sombras dirigiendo al conglomerado de izquierda, ¿alguien puede creer que lo hará una vez en la presidencia?
Los dirigentes del Frente se quejan de que se habla demasiado de ellos. Pero... ¿y que esperaban?
Si se presentan ante la ciudadanía con un candidato que claramente no lidera, con una propuesta programática contradictoria y difusa, con un balance de fuerzas completamente distinto a lo que prometen a la sociedad, es obvio que el eje de la campaña van a ser ellos.
Porque si nos guiáramos por su planteo de campaña, estaríamos todos en un 90% de acuerdo. Pero quienes leen la realidad con un mínimo de agudeza, se dan cuenta que lo que dicen choca de frente con lo que piensan sus referentes más empoderados, apenas se apagan las cámaras.
Del otro lado, tenemos a un candidato como Álvaro Delgado que ha pasado por todos los cargos posibles en el Estado. Desde jerarca del ministerio de Trabajo a legislador, hasta llegar a secretario de Presidencia, lugar donde confluyen todas las aristas políticas del país. Y ocupó ese cargo central, en medio de las dos peores crisis de los últimos 20 años, con resultados elogiados hasta por sus más duros rivales.
Lo hace, además, al frente de una coalición de partidos políticos que representan todo el abanico ideológico moderno. Desde una figura fresca y renovadora como Andrés Ojeda, hasta alguien con solvencia institucional y vocación ambiental razonable como Eduardo Lust. Y en medio hay toda una gama de sensibilidades y maneras de ver el mundo, actualizadas, racionales, lejos de los delirios ideológicos que tanto daño han hecho en la región y en el mundo.
Es mentira que estamos antes dos opciones similares. ¡Qué va!
La elección es entre dos proyectos de país radicalmente distintos. Uno que mira al futuro, que apuesta al talento y al desarrollo de sus individuos, y a la solidez institucional. Probada en las peores condiciones. Y otro que tiene a una figura de cartón como mascarón de proa (o dos, si sumamos a Gabriel Oddone) cuyo único rol es volver aceptable para una mayoría de la sociedad el regreso potenciado al poder de gente como Andrade, Sánchez, Olesker, Abdala, y todo ese tinglado de resentidos, obnubilados por una ideología caduca y fracasada.
Es hora de que la sociedad abra los ojos, y se dé cuenta de lo que está en juego el próximo domingo. O profundizamos en el modelo que en los últimos 5 años piloteó las peores tormentas imaginables, que logró resultados concretos en áreas claves del país, y que lo lleva por la senda racional a un futuro de prosperidad. O volvemos a un esquema de lucha y tensión, donde quienes ganan son los intermediarios y mercaderes del enojo y la promesa vacía.
Téngalo claro, estimado votante. Porque la apatía y la frivolidad en esta materia se pagan caras. Después, no hay derecho a queja.