Las malas noticias sobre la evolución demográfica del país se acumulan sin generar ninguna reacción política y social contundente. Estamos sin embargo frente a un desastre de gran gravedad histórica.
En primer lugar, hace ya cuatro años seguidos que en Uruguay mueren más personas que las que nacen. Esto quiere decir que lo que se conoce como el crecimiento vegetativo de la población es negativo: en cifras redondas, fue negativo en 6.500 personas en 2021; 7.000 en 2022; 3.000 en 2023; y nuevamente de 6.000 en 2024, con una cantidad de uruguayos nacidos menor a 30.000, cuando hace una década eran alrededor de 50.000 por año. Para dimensionar este balance negativo desde 2021: es como si en estos cuatro años hubiéramos perdido a toda la población de Trinidad.
En segundo lugar, el censo de población de 2023 arrojó datos preocupantes también considerando el período intercensal 2011-2023. Por un lado, la población del país creció en promedio solamente 7.000 personas por año. Para comparación, nuestra vecina Argentina entre 2010 y 2022 creció a razón de más de 500.000 personas por año, lo cual implica que vamos perdiendo peso relativo en la región del Plata: hace medio siglo, la segunda ciudad más poblada luego de Buenos Aires era Montevideo, y hoy nuestra capital ya es superada o equiparada por ciudades de segundo rango en sus países, como Rosario o Porto Alegre.
En tercer lugar, los datos de 2023 fueron tremendos en lo que refiere al saldo migratorio internacional de los uruguayos: por lo menos en las últimas dos décadas, y dejando de lado un par de años excepcionales, de manera sistemática cada año han emigrado más uruguayos que los que llegaron al país. Es algo también de largo plazo, ya que todos los años desde 1985, el saldo de ingresos y egresos de uruguayos ha sido en promedio negativo y en alrededor de 10.000 personas por año.
Todas las señales están pues en rojo. Nacen pocos uruguayos, y a este ritmo perderemos en toda la década de 2020 el equivalente en población a la ciudad de Durazno. También, al partir alrededor de 6.000 uruguayos por año entre 2011 y 2023, en general en edad de trabajar, y más formados y ambiciosos que la media de la población que queda en el país, perdemos una mano de obra imprescindible y con la edad como para hacernos crecer demográficamente. Se agrava el proceso de envejecimiento poblacional, ya que nacen menos niños y parten personas jóvenes, pero quedan residiendo los más ancianos que, además y gracias a las mejoras en la salud, resulta que viven más longevos.
No hay país que pueda soportar social y económicamente esta evolución demográfica. El recurso de apelar a cierta inmigración joven extranjera tampoco es que haya dado mucho resultado en estos años, ya que fueron otros los países privilegiados en el continente para recibir en términos relativos y absolutos, la ola emigratoria que sobre todo ha partido de Venezuela y el Caribe. Y con estos datos estructurales demográficos tan a la baja es claro que, si Argentina logra salir de su marasmo económico y asentarse en un proceso de crecimiento, la atracción de Uruguay como destino de residencia pierde su encanto.
Esta involución demográfica responde a varias causas. Sin embargo, lo que al menos debiera de ser claro es que no estamos ante algo positivo para el país. Infelizmente, hay quienes comulgan con un maltusianismo globalista muy extendido desde distintas agencias internacionales, que consideran que esta baja de población tiene sus ventajas, aunque más no sea porque quita presión al gasto público en educación por la merma enorme de cantidad de niños y adolescentes para los próximos años. Se trata de una visión equivocada: una nación que pierde población porque nacen menos niños y porque sus jóvenes emigran, es un país que está diciendo todos los días, en sus acciones cotidianas y en su evaluación de futuro hecha de decisiones personalísimas, que está fracasando en su promesa de conquistar un futuro venturoso.
No porque no sea un problema urgente deja de ser el más grave de todos: estamos en un país que muestra tener pocas esperanzas futuras porque elige, todos los días, dejar de tener hijos o partir al exterior para salir adelante. Debemos cambiar la actitud. Desde los partidos políticos deben tomarse las riendas del problema para sincerarnos y darnos cuenta de que esta catástrofe demográfica nos está diciendo, todos los días, que no estamos tan bien como cierta autosatisfecha percepción de nosotros mismos quiere creer.