Demografía china

Hace un par de años ya que China no es el país más poblado, sino India. Se trata de un dato muy importante en las relaciones de poder de las grandes potencias internacionales, que se suma a otra evolución menos conocida pero igualmente preocupante para la segunda potencia mundial que es China: su acelerado ritmo de envejecimiento poblacional ligado a una baja de largo plazo en su cantidad de nacimientos.

Es cierto que la Oficina Nacional de Estadística china registró en 2024 el primer aumento en la cantidad de nacimientos desde 2016: fueron un total de 9.540.000. Sin embargo, esta cifra no indica una mejora real en la tendencia subyacente de la tasa de fecundidad de las mujeres chinas, sino que simplemente refleja un aumento de nuevos matrimonios en 2023. Como sabemos, una de las consecuencias de la pandemia de 2020 fue la postergación de matrimonios, y para el caso chino en donde esa institución enmarca los nacimientos, lo que se verificó pues fue una suba de recién nacidos que será transitoria.

En efecto, la clave está en la cifra demográfica mágica de 2,1: esa es la tasa de fecundidad necesaria para asegurar un mantenimiento generacional de la población de un país. Los principales países de Occidente hace muchos años ya que están en menos de ese 2,1 de tasa general de fecundidad por mujer. Pero lo relevante que hay que tener en cuenta a nivel internacional es que China también está en problemas: su tasa era en el entorno de 2,25 en los años 1990, allí cuando empezó su enorme despegue económico, y pasó a 1,296 en 2020, año de la pandemia. Lejos de volver a crecer luego de esa crisis social y sanitaria, la fertilidad se siguió derrumbando hasta llegar a 1,02 hijos por mujer en 2023.

El asunto es importante por dos motivos centrales. En primer lugar, porque esta baja se suma a una mejora de largo plazo en la esperanza de vida, por lo que se verifica así un enorme envejecimiento poblacional en China. Esto implica una perspectiva de largo aliento hecha de dificultades para sostener poblaciones económicamente pasivas porcentualmente cada vez más importantes a partir de los años 2030. El gran diferencial de China en el mundo, que desde la revolución comunista de 1949 y hasta fines del siglo XX fue su enorme dinamismo poblacional y la pujanza de su gran juventud, va quedando de lado.

En segundo lugar, esta evolución demográfica exige del gobierno chino tomar medidas en favor de la natalidad. En efecto, en 2015 China ya había abandonado oficialmente su política de hijo único, que había sido implementada en 1979 para controlar su crecimiento poblacional a un costo social gigantesco. En 2021, pasó incluso a permitir que las familias pudieran tener tres hijos. Pero como la fecundidad no mejora, Pekín ha planteado ampliar la educación preescolar gratuita y mejorar los servicios de guarderías y cuidados infantiles, de manera de brindar apoyos a las familias para que conserven sus vidas laborales activas y se vean así apoyadas por el Estado en las tareas de cuidados de los niños.

China está atravesando ni más ni menos que los mismos problemas por los que pasan las sociedades desarrolladas occidentales. Aquí no hay cultura confuciana que valga, en la lógica de las lecturas internacionales que hacen hincapié en las diferencias culturales, para explicar este fenómeno demográfico. En verdad, más parece adecuado entender la evolución china en función de criterios universales que hacen a una mayor cantidad de años de estudios de las mujeres y de un retraso en la decisión de formar familia. En efecto, la edad promedio del primer matrimonio para las mujeres en China ha aumentado de forma constante, de 22,15 años en 1990 a 27,95 años en 2020, y eso naturalmente tiene consecuencias en la baja de cantidad de niños por familia. Pero lo interesante es que hay margen para seguir demorando la decisión de casarse: comparativamente, en los países de altos ingresos más ligados a la cultura occidental, esa edad está en 29,4 años en Japón y en más de 33 años en los países de Europa Occidental.

Todo esto deja planteadas dos conclusiones importantes. Primero, que estamos lejos de un crecimiento constante de largo plazo de la población mundial: antes bien, todo indica que ocurrirá un pico alto pasada la mitad de este siglo, y luego empezará un descenso de población. Segundo, que las dificultades demográficas no son exclusivas de Occidente, por lo que no tiene mayor asidero la tesis de una crisis demográfica-civilizatoria a manos de una pretendida potencia China.

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