De cumbre a cerro chato

El tiempo dirá si la recientemente finalizada XVI Cumbre Iberoamericana, que tuvo a nuestra capital como sede y a nuestro país como anfitrión, tendrá consecuencias positivas para las naciones que se involucraron en ella o si, como muchos sospechan, pasará a la historia como un reiterado intento retórico y declamativo de sentar las bases de una comunidad más próspera y amigable entre sus miembros. Nadie puede poner en duda la importancia de los temas tratados en esta reunión de presidentes y, en su ausencia, sus representantes. La Declaración de Montevideo -que así se llama el documento final que suscribieron los mandatarios- comprende puntos sustanciales que tienen que ver con el desarrollo de nuestros países ya que insta a los más ricos, y a los organismos internacionales, a canjear las deudas que aquellos tengan por proyectos que los favorezcan. Incluso se abre el camino para que se condonen algunas de esas deudas.

En otro orden de cosas, se declara la total adhesión a los propósitos y principios que constituyen la letra y el espíritu de las Naciones Unidas, tales como la vigencia plena de la democracia, el respeto a la soberanía nacional y la no injerencia de cualquier Estado en los asuntos internos de otro.

También se hace referencia a una cuestión que tiene cada vez más relevancia a nivel científico y, aun, popular: la protección del medio ambiente en un todo compatible con el desarrollo económico sustentable. Igualmente, la Declaración de Montevideo recoge la preocupación iberoamericana por la trágica incidencia que tienen enfermedades como la tuberculosis y el Sida.

Pero, evidentemente, el tema central de la Cumbre giró en torno al problema migratorio. Pesaba, sin duda, la presencia del rey Don Juan Carlos justamente en uno de los momentos más álgidos ya que las leyes españolas en la materia se han vuelto más severas para los indocumentados. Al respecto, el Uruguay se vio negativamente sorprendido por la inesperada caducidad del Tratado de 1870, decidida por el más al- to tribunal hispano. ¿Cómo se resolverá el problema -en gran parte, ético- de que descendientes de españoles pero nacidos en América no puedan emigrar a España, la patria de sus padres o abuelos?

Paralelamente, el presidente Bush decide construir un muro a lo largo de la frontera con México y reforzarlo con guardias y elementos de detección sofisticados, como último recurso para impedir que centenares de miles de nuevos indocumentados se establezcan en suelo norteamericano. Los países iberoamericanos rechazaron enérgicamente la construcción de este muro, pero nada dijeron del otro muro con el que los piqueteros de Gualeguaychú bloquearon una ruta de acceso al puente Gral. San Martín, todo ello a impulsos de su plan de evitar toda circulación de y hacia el Uruguay. Ni el que envuelve a Cuba, que es una isla-cárcel.

Por otro lado, es plausible que la Declaración de Montevideo exhorte a seguir luchando contra la desigualdad, el hambre, la pobreza, el terrorismo y el narcotráfico, pero tantos e importantes objetivos juntos puede ser señal de ser sólo buenas intenciones, además de una incontinencia programática reñida con la capacidad que se necesita para convertir en realidad esos votos. Esperemos que esta Cumbre no avale, con una eventual inoperancia, la verdad que encierra el dicho itálico: "¿Queréis no hacer nada? Haced un Congreso..."

Finalmente, no es posible ignorar que la mentada Cumbre Iberoamericana deja un gusto amargo respecto de la viabilidad del Mercosur. Porque ni el presidente Lula ni el presidente Chávez (a quien, en actitud cipayesca, el Parlamento frenteamplista quiso rendirle pleitesía), concurrieron a la Cumbre, en tanto el presidente Kirchner hizo una intrascendente visita relámpago. ¡Tres presidentes mercosurianos, de cinco, le dieron la espalda a la Cumbre y la convirtieron en un virtual cerro chato! Por otro lado, la principal disonancia que ha tenido en su historia el Mercosur, no ha podido ser solucionada apelando a los mecanismos propios del organismo regional, sino recurriendo a los buenos oficios del monarca español, quien adoptará el papel de "facilitador" para buscar el acercamiento entre Argentina y Uruguay, dos hermanos desavenidos gracias a un conflicto que, confiamos, no comprometa, jamás, a sus pueblos.

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