Cerrar el tema Unión Europea

En varias ocasiones en este editorial a lo largo de este año señalamos que no había que ilusionarse con la posibilidad de que efectivamente se concretara el acuerdo de liberalización del comercio entre el Mercosur y la Unión Europea (UE). Finalmente, llegó la fecha prevista de diciembre y nuevamente se frustró esta iniciativa.

Es sabido que el problema no está tanto en el Mercosur como dentro de la UE. En efecto, a pesar de posiciones más o menos proteccionistas de nuestros dos grandes vecinos, de este lado del Atlántico se habían hecho todos los esfuerzos posibles para avanzar en la firma del tratado. Al punto de que incluso se había aceptado la unilateral salvaguarda que había agregado Bruselas al final del proceso. Es una adenda que busca resguardar a sectores agrícolas europeos que podrían naturalmente sufrir la muy competitiva competencia de los productos de dos potencias mundiales como son Brasil y Argentina en ese rubro.

Pero para cualquiera que conociera la circunstancia europea interna y la evolución histórica de la UE, era muy difícil que incluso con esa salvaguarda del otro lado del Atlántico se confirmara el avance tan ansiado. Por el lado de la historia, el gran eje franco-germano sobre el que se sustenta toda la estructura de la UE no podía dejar de lado el pacto que dio lugar al tratado de Roma de 1957: aquella Alemania podía ser el motor industrial del continente, siempre que se asegurara que Francia fuera su sustento alimenticio (en alianza con Italia).

Desde aquel lejano tiempo muchas cosas cambiaron, como por ejemplo la unificación alemana y la extensión de Europa hacia el Este. Sin embargo, Francia e Italia siguen siendo dos potencias agrícolas de gran capacidad de exportación. Por tanto, una competencia directa en particular de Brasil y Argentina plantea enormes problemas productivos y de equilibrios geopolíticos.

Además, si bien es cierto que en este año la UE ha debido negociar una apertura más potente con Estados Unidos, no deja de ser cierto que la gran encrucijada para Europa es hoy en día la situación de Ucrania, y que ya de por sí Europa Occidental está llamada a enfrentar una competencia agrícola muy potente en un futuro escenario de pacificación ucraniana. Agregar lo del Mercosur a esta incertidumbre resulta pues inaceptable para muchos sectores agrícolas de países que forman la UE.

Cuando unas negociaciones comerciales perduran por más de un cuarto de siglo y no alcanzan los objetivos planteados, es evidente que el problema de fondo no es técnico o económico, sino que es político y estratégico.

Es hora ya de asumir esa realidad: Mercosur, por su potencia productiva, es un rival muy importante para sectores claves de una Europa que no está por tanto dispuesta a abrir su mercado. Distinto fue, por ejemplo, lo ocurrido hace dos décadas con Chile: su presidente Lagos logró el libre comercio porque su país no significaba una amenaza competitiva potente para la red económica del sector agroexportador europeo. ¿Acaso podremos de manera individual, reivindicando un camino propio en un marco general de flexibilización del Mercosur, ir por el camino chileno ya probadamente exitoso?

En cualquier caso, lo importante ahora es enfocarse en lo que sí existe y es ampliamente beneficioso para Uruguay: el acuerdo del Transpacífico, CPTPP por sus siglas en inglés. Hay allí un instrumento de modernización en la competencia comercial que nos servirá incluso para una futura apertura con la UE, si así lo buscáramos. Y hay sobre todo un conjunto de mercados que están esperando nuestros productos más competitivos de matriz agropecuaria.

En este sentido, hay una variable del CPTPP que no se ha subrayado lo suficiente pero que es fundamental: forman parte de ese acuerdo dos potencias occidentales que son muy complementarias con Uruguay, como Canadá y Reino Unido. En particular el caso de Londres debe ser destacado: no solamente por nuestras viejas relaciones diplomáticas y comerciales, sino porque los ingleses cuentan con la futura explotación más desarrollada de sus riquezas en islas Malvinas, seguramente en cooperación con una Argentina de Milei más abierta a este tipo de vínculo y con Montevideo como natural puerto continental.

Hay que cerrar la etapa de poner énfasis en una apertura comercial con la UE. Uruguay debe concentrar sus esfuerzos allí en donde efectivamente tiene ya la puerta abierta, y con quienes además lo unen estrechos lazos de amistad que podrán ser potenciados en este promisorio siglo XXI.

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