Roberto Alfonso Azcona | Montevideo
@|Cuando las verdades duelen y son largas de leer...
En Uruguay nos convencimos de que éramos distintos, nos vendimos durante décadas el cuento de la “Suiza de América”: un país serio, educado, progresista y con instituciones que funcionaban solas; mientras nos mirábamos en ese espejito, nos fueron robando la billetera, el futuro y hasta el orgullo de ser libres.
De un lado están los progres de salón y caviar, los que en 15 años de gobierno del Frente Amplio aplaudieron cada plan social mientras la deuda se triplicaba, la educación se derrumbaba y los narcos se instalaban en los barrios. Hoy siguen defendiendo lo indefendible con la misma cantinela de “los otros fueron peores”; llenan Twitter de solidaridad selectiva pero callan ante la corrupción propia; son los que buscan silenciar a su militancia que reclama un diálogo nacional abierto, porque les incomoda la libertad de pensamiento.
Del otro lado están los blancos y colorados de siempre, que vuelven al poder como si nada hubiera pasado. Prometen bajar el gasto público y lo primero que hacen es engordar la casta política; critican el populismo, pero cuando gobernaron entregaron Montevideo a los amigos y regalaron privilegios. Le niegan a sus partidarios el diálogo ciudadano nacional con la excusa de que la izquierda es mentirosa, olvidando una militancia del FA cansada de falsas promesas, porque temen perder sus cuotas de poder.
Y en el medio, el uruguayo de a pie, que cree que votar cada cinco años ya es suficiente; que la política “es cosa de ellos” y que mientras haya asado y vino o una limosna del Estado, todo está más o menos bien. Esa es la modorra más peligrosa, la resignación que entrega la libertad y agradece el saqueo.
Porque no hace falta gritar “¡facho!” o “¡comunista!” para seguir hundidos, nos basta con la pavada criolla: el “yo no me meto”, el “siempre fue así”, el “son todos iguales”.
Mientras tanto:
- Tenemos la presión tributaria más alta de la región y los peores servicios públicos.
- La educación pública es un desastre y condena a quienes no pueden pagar una privada.
- La inseguridad ya no es sensación: es realidad que mata y encierra.
- La mitad de los jóvenes quiere emigrar. La mitad.
Ya está. Basta de modorra. Basta de pavada.
Uruguay necesita un sacudón liberal de verdad:
- Una reforma del Estado que devuelva poder al ciudadano: menos ministerios, menos jerarcas, menos asesores que cobran fortunas por calentar una silla.
- Mecanismos de democracia directa: referéndum vinculante, revocatoria de mandato, iniciativa popular con umbrales razonables.
- Transparencia radical: cada contrato público online, cada sueldo y declaración jurada accesible al ciudadano.
- Justicia igual para todos: que el que robe, aunque sea presidente o senador, vaya a la cárcel común y devuelva lo robado.
No hay más tiempo para la tibieza. O despertamos y le ponemos límite a la casta y a los extremismos que nos adormecen, o seguimos durmiendo la siesta mientras el país se nos escapa.
Y cuando digo “despertamos” no hablo de tuittear indignación ni de banderas partidarias. Hablo de organizarnos, de ejercer la libertad con responsabilidad, de exigir cuentas, de controlar al poder, de no aflojar nunca más.
Porque si seguimos así, dentro de diez años vamos a mirar fotos viejas de Montevideo y nos preguntaremos: ¿en qué momento dejamos de ser ciudadanos libres para convertirnos en sirvientes resignados?
¡Despertate Uruguay, o te despiertan los narcos!