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Tengo algo para decir

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@|Tengo algo para decir, no es muy original, ni provocativo, pero tengo algo para decir.

Me repatrié, podría decirse, aunque no siento que haya dejado mi patria en ningún momento.

Estando en el exterior y rodeada de gente de diferentes naciones, no me cansaba de defender a mi país. Estando allá compartía los logros, y cada tanto los errores de mi país. Mi caballito de batalla, en un escenario político mundial cada día más turbulento, siempre fue que “en mi país, hay un espíritu democrático incambiable”. Esto, que nos enseñan y nos repiten y nos lo dicen para posicionarnos distinto en un continente que ha pasado por varios escenarios políticos, de todos los talles, se me vuelve borroso en mi vuelta al país.

Los famosos algoritmos de las redes sociales, me volvieron a mostrar contenido uruguayo. Y ese contenido, me da miedo.

Teniendo 23 años, me rodea contenido de mi generación, tanto por elección como por casualidad. Y al parecer, a gran parte de mi generación, le importa más el grito que la discusión.

En mi imaginario, ese espíritu democrático del que se habla, siempre fue una imagen de alguien medido, abierto a escuchar, abierto a equivocarse y admitirlo, y a celebrar el triunfo ajeno, siempre que eso fuese por un bien mayor y común. Alguien que respeta la opinión del otro, y que no agrede, sino intercambia. Que pondera, que cuestiona, que opina, pero siempre desde un terreno neutro. Como si cualquier discusión estuviera ocurriendo en una burbuja de imparcialidad.

Sí, me doy cuenta de lo utópico que suena decir esto. Pero me nutrí de esa imagen y para mi, era el gran gol de nuestro país.

Hoy, sin embargo, lo que veo son publicaciones radicales, ofensivas, rígidas y polarizadas. A nivel social y a nivel político. Rechazos intransigentes a medidas flexibles. Lenguaje ofensivo a opiniones medidas. Reacciones explosivas a errores humanos. Y por sobre todo, una visión teñida de blanco o negro.

Como generación o como país, nos estamos cerrando la puerta al diálogo, a cuestionar, a cambiar de opinión, a hablar con respeto, a incluir al otro.

Me da miedo, como dije, porque me aterra la idea de vivir dentro de esta burbuja de agresión e intransigencia. Un país dividido en dos dentro de todas las categorías. Donde existe el Si o el No, el a favor o en contra. Donde no se permite la oscilación, o la fluctuación entre ideas opositoras.

No sé qué futuro democrático habría para un país que se encuentre envuelto en un torbellino de negación y cancelación al otro. Donde el diálogo fructífero solo sea entre quien piensa igual y al de afuera se le ataca. Porque al final del día, si no intercambiamos con quien piensa distinto, no intercambiamos, sino que reafirmamos, y ya hay suficientes posturas muy afirmadas como para seguir agregando.

Tampoco sé si mi visión del Uruguay democrático fue o no, en algún momento así (o si todo esto que digo sea culpa de los algoritmos de Instagram y Twitter), pero entre los dos escenarios, sin duda prefiero el primero, por el bien mayor y común.

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