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Retornar a la normalidad- Elogios que alarman

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@|Adaptarse a la nueva normalidad no es sólo conveniente sino imprescindible, pues nadie sabe cuánto va a durar; muchos sospechan que vino a instalarse por largo tiempo. Otra costumbre es la que también deberíamos retomar.

Finalizadas las entrevistas del Presidente con los medios de prensa, los comentarios y palabras de admiración comenzaron a llover. Generaron una mezcla de ganas de llevárselo a otras tierras para que replique su forma de expresarse y su estilo de gobernar en otros lados, con las ansias de emigrar e instalarse en nuestro país por lo que está reflejando de sensatez, pragmatismo, austeridad, sentido republicano y respeto por la libertad responsable.

Manifestó que no se siente un líder regional, no pretendió aconsejar a nadie fuera de fronteras, e hizo hincapié en considerarse un “inquilino” en el gobierno, que sabe perfectamente los plazos que debe respetar para luego dejar el cargo y dedicarse a otra cosa. Fue acertada la expresión inquilino para diferenciarla del término propietario. En su comprensión de la política pretende transmitir la idea de que es un administrador de los bienes públicos, que tiene un tiempo acotado para hacerlo, y que en un plazo también fijo, deberá rendir cuentas, como todo administrador, de su gestión.

Piensen en un inquilino que – una vez desalojado o cumplido el plazo de arrendamiento – pretendiera seguir influyendo en las decisiones que el propietario o el nuevo inquilino va a tomar en relación al color de las paredes, la refacción de los baños, o tipo de adornos a colocar en el inmueble; sería absurdo ¿no? Un inquilino jamás debería sentirse y actuar como propietario; en política un “gobernante-propietario” vulnera, cuando no avasalla los derechos de su pueblo, último y principal soberano.

Muchos gobernantes se han comportado así a lo largo de la historia de América Latina y no hay más que mirar de reojo y de cerca lo que sucede para comprobar que aquello tan absurdo sigue siendo una triste y dolorosa realidad. De esto tampoco nos deberíamos contagiar. La idea del inquilino rememora aquel famoso debate entre los Dres. Tarigo y Pons Etcheverry por el lado de los que representaban a los defensores del retorno a una democracia plena, y Bolentini y Viana Reyes como portavoces del mantenimiento de un status quo que había roto el orden institucional. En determinado momento, Pons Etcheverry utilizó una gráfica imagen para explicar lo que había sido el rol de las Fuerzas Armadas antes y después del golpe militar. En palabras similares a estas expresó: “…Imaginen que su casa está ardiendo y que el fuego, si avanza, puede terminar de destruirla; lo lógico es llamar a los bomberos para que apaguen el incendio. Una vez apagado, imaginen ustedes que los bomberos decidan quedarse en sus casas, se instalen en el living, la cocina, los dormitorios, etc. ¿No sería un exceso…?”.

Hay que acostumbrarnos a tener gobernantes con sentido común, preparados y enamorados de la política, honestos en palabras y en obras, que sienten que deben servir a todos los ciudadanos, no solamente a algunos, y cual administradores, deben rendir cuentas de lo que hicieron y de lo que dejaron de hacer.

Por eso, el deslumbramiento, aplausos y palabras de elogio hacia nuestro Presidente me dejaron un retrogusto y sensación de profunda inquietud. En el fondo, reflejan que muchos países han perdido ese sentido de normalidad a esta forma de gobernar. Se sorprenden y admiran lo que debería ser lo normal: no transformar a los gobiernos y gobernantes en bandas de ladrones, con nichos de corrupción y maquiavélicos engranajes para perpetuarse en el poder. Es muy preocupante que tantas personas se maravillen de algo que debería estar metido en el ADN de la democracia, del sentir republicano y de una cabal comprensión de lo que significa vivir en un estado de derecho.

Alarma comprobar el deterioro cultural y sobre todo cívico que padecen varios de nuestros países vecinos, cuando ven como excepcional un estilo de gobierno como el que pretende señalar el reiniciado hace cinco meses en el Uruguay. Nuestra educación cívica tiene mucho que decir y preservar al respecto.

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