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Nueva Zelanda nos enseña...

Roberto Alfonso Azcona | Montevideo
@|En los años 80, Nueva Zelanda era un país al borde del colapso. Su economía estaba tan cerrada y subsidiada que el Estado intervenía hasta en el precio de la manteca. Tenía déficit fiscal crónico, inflación alta, un Estado gigante y empresas públicas ineficientes.

Su situación no era muy distinta de la que Uruguay arrastra, con un Estado que gasta más de lo que tiene, empresas públicas que funcionan como feudos políticos y un sector productivo cargado de impuestos y burocracia.

Pero en Nueva Zelanda ocurrió algo que aquí seguimos evitando: asumieron la verdad y se animaron a cambiar.

En 1984, tras una grave crisis financiera, fue el propio gobierno laborista —de izquierda— el que implementó reformas que hoy muchos tildarían de “neoliberales”. El ministro de Finanzas, Roger Douglas, impulsó lo que se llamó “Rogernomics”: apertura comercial drástica, eliminación de subsidios agrícolas, privatización de empresas estatales y disciplina fiscal real.

¿Resultado? La agricultura sin subsidios se volvió más productiva que nunca. La deuda pública cayó. El Estado dejó de ahogar a los ciudadanos con impuestos para pagar sus propios despilfarros. Y, sobre todo, la política dejó de mentirle a la gente prometiendo lo que no podía pagar.

Hoy Nueva Zelanda figura entre las economías más competitivas del mundo. Tiene estabilidad fiscal y social. Su gente goza de altos niveles de bienestar y libertad económica. No porque tengan un Estado inmenso, sino porque tienen un Estado que hace bien lo esencial.

Uruguay necesita mirarse en ese espejo. Porque compartimos problemas demasiado parecidos: déficit persistente, un aparato estatal sobredimensionado, burocracia que asfixia a quienes producen, empresas públicas usadas como cajas políticas.

Pero a diferencia de Nueva Zelanda, aquí preferimos postergar la discusión. No se ve voluntad real de hacer reformas de fondo. Nadie quiere pagar el costo político.

Nuestros partidos se limitan a gestionar la decadencia, repartiendo cargos y beneficios para sostener alianzas frágiles, mientras el Estado sigue gastando más de lo que recauda. La deuda crece. El sistema se vuelve cada vez más insostenible.

Y sin embargo, la receta para salir del estancamiento no es un misterio. Hay que abrir mercados, reducir impuestos distorsivos, simplificar trámites, poner en competencia a las empresas públicas, terminar con el clientelismo y equilibrar las cuentas del Estado.

Claro que no se trata de copiar Nueva Zelanda al pie de la letra. Tenemos realidades distintas. Pero sí podemos inspirarnos en su honestidad política. En su decisión de decirle la verdad a la gente. En su convicción de que un país mejor no se construye repartiendo prebendas sino liberando el talento de su gente.

Uruguay no necesita un Estado más grande. Necesita un Estado más eficiente. Un gobierno que sirva al ciudadano en vez de servirse de él.

La experiencia de Nueva Zelanda es la prueba viviente de que se puede. Lo único que hace falta es coraje político.

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