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Milei

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Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Aunque cueste creer el fantasma que hoy recorre Europa (y el mundo) ya no es el comunismo como en 1848 (hace mucho que dejó de serlo), sino un conjunto de ideas de consolidada eficacia social que antecedió en varias décadas a los desventurados delirios colectivistas. Ese fantasma es hoy el liberalismo. Javier Milei lo ha situado en el centro del debate mundial. Y cabría preguntarse: ¿hay mucho de novedoso en sus afirmaciones? Veamos, ellas son: la defensa del capitalismo de libre empresa; la defensa del libre comercio entre las naciones; la defensa de la libertad (de todas las libertades, no sólo la económica y por eso no se puede poner a Milei en el mismo nivel de quienes coquetean con el ataque a las instituciones); la defensa del equilibrio fiscal; la defensa del mercado; la calificación del socialismo como un sistema generador de pobreza.

John Locke (siglo XVII), Adam Smith (siglo XVIII), David Ricardo (principios del XIX), John Stuart Mill (siglo XIX), la escuela austríaca con Von Mises y Hayek, en la primera mitad del siglo XX son, entre otros, los mentores de los postulados básicos que defiende Milei. Su aplicación a lo largo de muchas décadas (siglos) ha dado lugar a las sociedades más prósperas y libres del planeta. El socialismo cuenta con más de doscientos años de fracasos y sus experiencias han sido trágicas para multitudes. El socialismo verdadero, el anticapitalista, ha derivado además en regímenes autoritarios, autocráticos o en dictaduras de partido único. Los empresarios y mandatarios que escuchan a Milei con fascinación se han desarrollado, personalmente, en el seno de naciones que prosperaron aplicando los viejos postulados que hoy hace “renacer” Javier Milei.

Hacia los años ochenta, habiendo fracasado la lucha armada propia de la insurrección comunista de los sesenta y setenta, comienzan a advertirse firmes presagios de lo que finalmente sería el colapso comunista. Por entonces, una parte de la intelectualidad occidental, todavía embretada por inercia en las ideas del marxismo, decidió cambiar el campo de batalla abandonando las bombas y las metralletas y asumiendo la gramsciana idea de la lucha por una nueva hegemonía cultural que conservó su faz anticapitalista y por extensión, mantuvo también su posicionamiento antioccidental. En buena medida el esfuerzo se vio coronado por el éxito y eso es lo que le hace decir a Milei que Occidente está en peligro. Realmente lo está, porque al menos desde los 90 para acá se han puesto en duda las bases fundacionales de las democracias occidentales en las que funciona con eficiencia la libre empresa de iniciativa y propiedad privadas. Esa intelectualidad, obsecuente al extremo, contó con la complacencia irresponsable de muchos políticos que no quisieron quedar atrás en su camino hacia el poder. La pretendida “sensibilidad social” de la nueva hegemonía les fue funcional para el ejercicio de la demagogia.

Se sumaron a ese coro de cretinismo una gran pléyade de burócratas internacionales, cientistas sociales, politólogos de pluma erudita y economistas de lo políticamente correcto, más interesados en conservar sus bien retribuidas butacas y su prestigio “bienpensante” que en liderar la consolidación de una cultura proclive al desarrollo económico. Los exabruptos de Milei les sirven de excusa para posicionarse “con mesurada sensatez” en los lugares comunes aceptados por la hegemonía impuesta; sin advertir o sin que les importe coadyuvar al fracaso de la única salida posible que se le presenta a Argentina para superar el mamarracho populista del kirchnerismo.

Si creyéramos en las leyes que acerca del devenir humano pretende revelar el historicismo, diríamos que es muy probable que una civilización como la occidental, luego de alcanzar un determinado nivel de adelanto y sofisticación, genere en su seno individuos débiles y resentidos sociales que usan su libertad para demoler los fundamentos en las que ella se basa. Es la fiera que muerde la mano que le da de comer. Por eso, es verdad que Occidente está en peligro como dice Milei. Pero tratándose de la realidad humana no pueden ser válidos los historicismos deterministas. Está en nuestras manos dar vuelta el resultado de este partido.

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