El Ciudadano | Montevideo
@|La punta del iceberg de una refundación ideológica.
El artículo 143 del Presupuesto propone un cambio que, a primera vista, parece trivial: sustituir el nombre de nuestra histórica Cédula de Identidad por el de Documento Nacional de Identidad (DNI), copiando el modelo argentino; pero en política nada es inocente, y menos cuando hablamos de símbolos que definen la vida de una nación.
La cédula no es solo un plástico con foto, es el documento que nos acompaña desde el nacimiento hasta la muerte, que guarda el peso de la historia republicana, que ha sido testigo de generaciones enteras de uruguayos. Cambiarle el nombre no moderniza nada, no resuelve un solo problema del ciudadano, ni abarata trámites, ni mejora la vida de nadie, al contrario, genera costos innecesarios para el Estado y abre la puerta a una imposición ideológica disfrazada de actualización administrativa.
Porque aquí no se trata de un detalle, sino de la punta del iceberg de un proyecto político mucho más profundo, la refundación cultural del Uruguay. La izquierda gobernante no quiere solo administrar, quiere reescribir, quiere borrar las raíces previas a los años 70 para imponer la épica de un nuevo relato donde ellos aparecen como los fundadores y guardianes de la nacionalidad.
Este cambio de nombre es parte de una estrategia sistemática de ingeniería cultural: cambiar el lenguaje, redibujar los símbolos, reinterpretar la historia y moldear la identidad nacional bajo el prisma de la ideología Woke y el estatismo más férreo. Es un manual de poder viejo y conocido, controlar las palabras para controlar el pensamiento, manipular los símbolos para dominar la memoria colectiva.
Lo que se juega aquí es mucho más que un documento, se juega la soberanía cultural del Uruguay, se juega la defensa de una historia que no comenzó con los tupamaros, ni con los intelectuales de izquierda que hoy pretenden erigirse en jueces de nuestra identidad, se juega la resistencia contra un Estado todopoderoso que pretende convertirse en dueño de nuestra memoria, de nuestros símbolos y hasta de nuestra nacionalidad.
El DNI es solo un nombre, pero lo que se esconde detrás es un intento de borrar lo que fuimos para que aceptemos sin resistencia lo que ellos quieren que seamos. Frente a esa pretensión refundacional, la respuesta debe ser clara y contundente, Uruguay no se rinde, nuestra identidad no se negocia, nuestra historia no se borra.