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El sistema político secuestrado

El Ciudadano | Montevideo
@|Por la política y los políticos digitales.

Uruguay se ha convertido en un escaparate donde la política se compra y se vende en dosis pequeñas, stickers, emoticones y frases hechas. Lo que antes era administración y debate ahora es un espectáculo de apariencias; la gestión quedó reemplazada por la pose y la cita para la foto, donde debieran existir proyectos hay guiones ensayados para las redes, y donde debieran hacerse reformas reales hay consignas que suenan bien y no cambian nada.

El gobierno prefiere la postal del viaje al extranjero a la responsabilidad de resolver lo que quedó sin arreglar al regreso. Anuncia, posa y reacciona; no diseña, no mide resultados, no rinde cuentas; la agenda que determina la vida cotidiana (educación, trabajo, jubilaciones, productividad) se posterga porque la prioridad es salir bien en la pantalla, no gobernar con coraje.

La oposición convirtió la indignación en producto, denuncia en alto lo que antes permitió en bajo; se escandaliza con la cámara encendida y guarda los contratos firmados cuando la luz se apaga. Su oficio ya no es ofrecer alternativas sino mantener el espectáculo de la polémica, alimentando la crisis de contenidos que hoy nos ahoga.

Desde la mirada liberal duele, sobre todo, la expulsión del debate serio, quienes proponen argumentos, datos y reformas son marginados porque la economía de la atención premia el gesto fácil y castiga la coherencia. El pensamiento liberal exige tiempo, evidencia y coherencia normativa; por eso resulta incómodo para los que administran la utilería política.

Las críticas liberales al sistema, al gobierno y a la oposición revelan algo esencial, la culpa no está en el mero tamaño del Estado ni en el número de funcionarios; la responsabilidad real está en los cargos donde se decide y no se hace, en el Parlamento que no aprueba las reformas que el país necesita, en el Ejecutivo que prefiere la calma mediática a las decisiones difíciles, en los cuadros que miden éxito en el tema de momento y no en vidas mejoradas. Separemos el polvo de la paja, hay responsables concretos y hay cómplices cómodos, son parte de un grupo de poder por encima de la militancia, tanto en el gobierno como en la oposición, que protege privilegios y cierra la puerta a cualquier cambio verdadero.

Denunciemos sin eufemismos a los que tienen poder y eligen no ejercerlo, exijamos que quienes ocupan cargos dejen de ser corderos que van al matadero de la retórica y se conviertan en quienes, por fin, asuman principios y obligaciones. No pedimos teatro; pedimos resultados, no queremos frases redondas; queremos cambios que puedan contarse y verificarse.

Basta de la farsa donde todos cobran y pocos responden; basta de vender diversidad como mercancía simbólica y luego comerciarla cuando conviene; basta de oposiciones que actúan como fiscales de ocasión y de gobiernos que administran la pose. La política debe volver a ser la herramienta para mejorar la vida de las personas, no un catálogo de viralidades.

Si el liberalismo quiere ganar espacio, lo hará con ideas claras, coherencia y la valentía de pedir cuentas; que quienes hoy gobiernan o señalan desde la tribuna demuestren con hechos su compromiso con la libertad y la responsabilidad, la ciudadanía no puede seguir pagando la entrada a este teatro. Renovemos la conciencia cívica.

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