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El rol de los medios

Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|Tal el título de la editorial de El País del jueves 11 de setiembre. Desde luego que cumplen un rol y muy importante. No sólo: mantener informada a la población, también entretenerla, intermediar en servicios, opinar, etc.; todo, en el marco de una irrestricta libertad. No por ello debemos elevar a los medios al bronce que reservamos para nuestros próceres y menos aún caer en la tentación de culparlos de todo lo malo que nos acontece como sociedad. Con frecuencia el primer error desemboca en el segundo, cuando la decepción nos invade a partir de una errónea quimera que no podemos pretender. Los medios no son ni deben ser próceres; y tampoco son villanos. No podemos exigirles que sean militantes de causas nacionales ni apóstoles de verdades reveladas. Son antes que nada empresas y sería bueno que todas fueran empresas privadas. Prestan un servicio y tienen un mercado que paga por esa valiosa prestación.

Algunos podemos caer en inconfesables frustraciones cuando vemos un informativo en TV y advertimos que el 90% del tiempo lo llevan el fútbol y la crónica roja o frívolas encuestas callejeras acerca del frío del invierno o la fiestita de cumpleaños de un vecino. Nuestra reacción no debe ser el enojo. La verdadera actitud de todo ciudadano que aprecie vivir en una sociedad abierta y libre debería ser simplemente accionar el control remoto hacia otra alternativa. Los medios informan, pero para hacerlo deben ser organizaciones viables y por lo tanto rentables: deben ganar dinero. Todos cuantos ganamos dinero tenemos un nicho de mercado que atender y a él nos debemos. Nunca podríamos ofrecer carne vacuna a un mercado vegetariano, porque si así lo intentáramos, dejaríamos de existir. Y todos queremos que los medios sigan existiendo.

Con los políticos pasa otro tanto. Ellos deben ganar elecciones y para eso dicen y ofrecen lo que la gente desea oír y obtener, aunque las más de las veces las ofertas sean una mera retórica sin la menor posibilidad de concreción. Y si hacemos un esfuerzo de mayor abstracción, lo que pasa en una sociedad abierta con los políticos y con los medios acontece en un universo mayor, que los abarca y que se denomina “cultura”.

Si la información y la política descaece, en realidad es porque lo que está descaeciendo es la cultura. Tampoco veamos en ello un retroceso. Dios escribe derecho, pero con párrafos torcidos. La razón de nuestro contemporáneo y comprensible desasosiego habría que buscarla en Ortega y Gasset (La rebelión de las masas) o en Mario Vargas Llosa (La civilización del espectáculo) y en una sociedad que va transitando desde un elitista refinamiento, en donde la masa estaba en offside, hacia la masificación social. Se trata de un fenómeno por el que las grandes masas tienen acceso a los medios de comunicación, a la política y en general a la cultura, todo lo cual se vuelve masivo. Lo anterior habida cuenta de que, en opinión de Vargas Llosa, a “esto” no se le puede seguir llamando “cultura”.

No debe sorprendernos que, de una interpelación centrada en una interesantísima rémora ideológica, propia de nuestros actuales gobernantes (me refiero al trasnochado ideologismo de reforma agraria que está en la génesis de la compra de la estancia María Dolores), lo que haya permanecido en los medios sea el insulto que refiere al presunto comercio y orientación sexual del adversario. La reforma agraria campesina es un disparate que muchos sostienen y a pocos les interesa conocer a fondo. La otra expresión es fácilmente entendida por la masa, la pueden comentar, criticar, escandalizarse de su incorrección, pero a la vez, disfrutar morbosamente de su verosimilitud.

Tal la realidad que vivimos. Pero sería estéril agotar nuestro discurso en una agobiante descripción de la realidad sin ver la esperanza de una luz al final de las tinieblas de nuestro túnel. La decadencia que de tal descripción podría desprenderse es más aparente que real. Porque la cultura elitista y las masas en offside no constituían, por cierto, un estadio civilizatorio superior. Que las masas abandonaran su ostracismo social era un peldaño inexorable e ineludible. Que la cultura retome la vara que las elites dejaron muy alto es el desafío subsiguiente, sólo que en los sucesivo las masas serán las protagonistas. La esperanza de superación está en la educación y en la cultura. Una vez más: la batalla cultural por los verdaderos valores.

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