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El Ministro Negro no quiere ver

Roberto Alfonso Azcona | Montevideo
@|Las cárceles uruguayas han dejado de ser centros de rehabilitación para convertirse en fábricas de violencia, verdaderas incubadoras de demonios, superpobladas, inhumanas, dominadas por el narcotráfico y las jerarquías criminales, funcionan como un sistema paralelo donde el Estado ni reeduca, ni protege, ni corrige: apenas encierra y olvida.

Así, bajo la máscara del control, lo que se gesta es un poder criminal interno que luego se derrama hacia las calles, alimentando un ciclo vicioso de inseguridad, impunidad y miedo, el resultado, más Estado para controlar a una sociedad que sufre, y cero Estado donde realmente debería actuar.

Hoy, un joven que entra por un delito menor, producto muchas veces de una vida sin opciones ni oportunidades, sale peor, sale entrenado, sale resentido, sale reclutado por una subestructura mafiosa que le ofrece identidad, poder y revancha; el Estado, ausente en su infancia, se vuelve verdugo en su adultez.

Mientras tanto, el Ministro del Interior, Carlos Negro, repite el viejo mantra del control total: más patrullas, más represión, más cámaras, pero nada hace sobre el corazón del problema: un sistema carcelario que produce delincuentes más rápidos de lo que la policía puede atraparlos.

Desde el pensamiento liberal, sostenemos que la seguridad es condición básica para la libertad y que el Estado debe ser limitado, sí, pero eficaz y firme donde importa: en garantizar el orden, proteger al inocente y aplicar justicia sin demagogia ni relativismos.

Porque la solución no es ni soltar ni exterminar, es reformar con coraje, con visión, y con resultados reales.

Uruguay necesita un sistema penitenciario moderno, adaptado y funcional, donde se distinga entre el irrecuperable y el que puede cambiar, entre el asesino reincidente y el joven sin guía.

Propongo:

Cárceles diferenciadas por delito y peligrosidad, bajo un régimen de orden real, no simbólico.

Centros de alta seguridad para narcos y jefes criminales, sin privilegios, sin comunicación, sin poder.

Chacras productivas y talleres técnicos, donde se aprenda el valor del trabajo, la rutina y el esfuerzo.

Proyectos de reinserción laboral con participación del sector privado, con control público y responsabilidad compartida.

Educación, salud mental, desintoxicación: no por ideología, sino por eficiencia, para evitar reincidencia, no para justificarla; un sistema mixto, sensato, donde quien quiera cambiar tenga la oportunidad, y quien persista en el crimen sea aislado sin concesiones.

La cárcel debe ser castigo para quien desprecia la ley, redención para quien asume su responsabilidad, y esperanza para familias que aún creen en la dignidad como salida.

Por eso, intimo al Ministro Carlos Negro, actúe, ahora, no con promesas vacías ni shows de represión, sino con una transformación seria, estructural y medible del sistema penitenciario.

De lo contrario, admita que lo que hoy combate con policías, lo está criando con su inacción. La seguridad no es enemiga de la libertad, es su garantía más básica y si el Estado no la puede brindar, entonces que no estorbe a quienes sí quieren construirla.

No hay tiempo. No hay margen. No hay excusas. Porque cada día sin acción es otro demonio más suelto.

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