Eduardo Sellanes | Montevideo
@|El Premio Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado no premia sólo a una persona: reconoce la resistencia de todo un pueblo que se niega a rendirse ante la opresión. Su nombre encarna la dignidad de quienes, en Venezuela, siguen luchando por democracia, justicia y verdad en un país que lleva años sofocado por el autoritarismo y la miseria.
Machado no ganó poder, ganó respeto. Y eso —en tiempos donde la mentira se disfraza de discurso revolucionario— vale más que cualquier título político. Su lucha no fue cómoda ni decorativa: fue una batalla a pecho abierto, enfrentando persecución, difamación y exclusión electoral.
Este Nobel, más que un premio, es una advertencia. Le dice al mundo que la libertad no se mendiga, se conquista; y que el silencio de las democracias ante los regímenes que aplastan a su gente también las hace cómplices.
La historia de Venezuela sigue abierta, pero el mensaje es claro: la paz no nace del sometimiento, sino del coraje de quienes se atreven a desafiar el miedo. María Corina Machado lo hizo. Y ese gesto, más allá de la política, es un recordatorio universal de que la dignidad no se negocia.