Roberto Alfonso Azcona | Montevideo
@|$400. Cuatrocientos miserables pesos. Eso es lo que este gobierno socialista, que se dice progresista, le entrega al jubilado más pobre, como si estuviera tirando pan a las palomas. ¡Una burla! ¡Una cachetada al sentido común! ¿Qué se puede hacer hoy con $400? Ni un almuerzo caliente. Ni una semana de medicamentos. Ni un mínimo gesto de dignidad.
¿Y el resto de los jubilados?
Los que cobran $23.000, $25.000, $27.000 después de trabajar 30 o 40 años, ni un solo peso más. ¡Nada! Ni un ajuste, ni un reconocimiento. Sólo silencio.
Esto no es un error, es una elección ideológica.
Mientras tanto, la casta política vive como reyes.
Viajes en primera clase, viáticos en dólares, cargos inventados, sueldos que multiplican por diez una jubilación mínima.
Y a los viejos: pan duro, y silencio.
Porque el Estado no es solidaridad, es aparato.
Y ese aparato se alimenta con el trabajo de los demás. Durante toda su vida, el jubilado aportó. Hoy, le devuelven miseria.
No es un problema de plata. Es un problema de prioridades.
El Frente Amplio tiene plata para clientelismo, para ministerios ideológicos, para propaganda, para alimentar sus redes de militantes, pero no para devolverle la dignidad al que trabajó toda su vida.
El liberalismo lo dice con claridad: la dignidad del individuo está por encima del poder del Estado.
Y un país libre no puede construirse sobre la base de ciudadanos esclavizados por impuestos, despreciados por burócratas, y condenados a la dependencia.
Los jubilados no necesitan limosna. Necesitan libertad, respeto, justicia y autonomía.
Necesitan que no les roben con impuestos confiscatorios.
Necesitan poder ahorrar, invertir, decidir.
Necesitan que el fruto de su esfuerzo no sea devorado por el Leviatán estatal.
Este sistema está roto.
Y mientras el Frente Amplio se entretiene repartiendo cargos y repitiendo eslóganes, el Uruguay productivo, el Uruguay honesto, el Uruguay real, muere en cuotas.
Basta de parásitos. Basta de privilegios políticos. Basta de burlarse del pueblo.
Es hora de devolverle al ciudadano lo que es suyo.
De poner el Estado al servicio de la gente, y no al revés.
De decir bien fuerte: el esfuerzo vale, el trabajo vale, la dignidad no se negocia.
Y sobre todo, es hora de despertar.