¿Cuáles de los invitados a los actos de asunción presidencial revelan la dirección que tomará el gobierno de Xiomara Castro?
A las señales sobre el rumbo que adoptará Honduras bajo la conducción de la primera presidenta de su historia, al frente del primer gobierno que no es del Partido Nacional ni del Partido Liberal, ¿las da la presencia de la vicepresidenta norteamericana Kamala Harris, el rey de España Felipe VI y el vicepresidente de Taiwán? ¿o esas señales están en las presencias de Cristina Kirchner y Evo Morales?
Que entre los invitados a la asunción presidencial esté el populista de derecha Nayib Bukele, adicto a la represión con mano dura en El Salvador, y también el premio Nobel de la Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, muestra una heterogeneidad que desalienta interpretaciones.
Tampoco da una señal unívoca que confluyan en Tegucigalpa presidentes de centroizquierda como Lula y Dilma Rousseff, junto con figuras más ideologizadas como la vicepresidenta argentina y el ex presidente boliviano.
Lo que parece revelador es que no hayan sido invitados las máximas figuras de los regímenes que imperan en Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Salvo que se los haya convocado en secreto para no espantar otros invitados, y aparezcan por sorpresa durante el acto Nicolás Maduro, o Diosdado Cabello, o Daniel Ortega o Rosario Murillo o Díaz Canel, lo que parece revelar la lista de invitados es que el gobierno de Xiomara Castro no continuará el vínculo con el chavismo que había iniciado su marido y motivó el golpe de Estado que lo derrocó en el 2009.
Poco después de llegar a la presidencia en el 2006, Manuel Zelaya intentó incluir a Honduras en el ALBA, la órbita de países que Hugo Chávez alineó bajo su liderazgo. Nunca antes había evidenciado una afinidad ideológica con el líder venezolano, pero esa era la clave para que Honduras pueda acceder al petróleo subsidiado.
No obstante, Chávez necesitaba además que el líder beneficiado con el petróleo subsidiado permanezca en el poder, para que luego no quede con ese beneficio económico un presidente de otra vereda ideológica. Por eso Zelaya quiso reformar la constitución mediante un referéndum para buscar la reelección. Eso le dividió el Partido Liberal, generando figuras que, como Roberto Micheletti, confabularon para derrocarlo.
La esposa de aquel presidente derrocado era una empresaria sin demasiado protagonismo político, aunque militaba en el Partido Liberal. Pero al convocar y encabezar la masiva marcha por Tegucigalpa que, meses después del golpe, reclamó la restitución de Zelaya en el cargo, cobró notoriedad.
Junto a su marido fundó el partido Libertad y Refundación (Libre); fue candidata a presidenta en la elección que ganó el conservador Juan Orlando Hernández y después candidata a vicepresidente (cargo que en Honduras se llama “designado presidencial”) del periodista Salvador Nasralla, en la elección en la que Hernández fue reelegido sin que le dieran un golpe de Estado por ese motivo, como había ocurrido con Zelaya cuando intentaba lo mismo pero desde la otra vereda política.
Ahora, Xiomara Castro ganó la presidencia con Nasralla como candidato a vice, y la pregunta que recorre el continente es si repetirá el acercamiento de su marido al bloque chavista, o si buscará, como hasta ahora parece intentarlo Gabriel Boric, un rumbo socialdemócrata diferenciado del populismo y de la izquierda autoritaria; o sea un progresismo pragmático que no cae en tentaciones como la concentración de poder, el asedio a la oposición, la asfixia del mercado y el culto personalista.
Sin esos vicios autoritarios, el nuevo gobierno podría tener buena sintonía con la administración Biden. De hecho, el gobierno norteamericano respaldó a Xiomara Castro desde la campaña electoral. El secretario de Estado adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental, Brian Nichols, fue a Tegucigalpa a mostrar el apoyo de la administración demócrata. Y después hizo lo mismo Uzra Zeya, subsecretaria de Estado para Seguridad Civil, Democracia y Derechos Humanos.
Ese respaldo norteamericano, reconfirmado por las presencia de la vicepresidenta Harris en la asunción, está motivado también por la oscuridad del gobierno hondureño que termina.
En la DEA y la CIA existen fuertes sospechas de que, igual que su hermano detenido por narcotráfico en Estados Unidos, Juan Orlando Hernández tiene vínculos con mafias narcos.
Washington no le cree al hombre que concluyó ese segundo mandato al que accedió ejecutando la maniobra que a Zelaya le había costado el cargo, y que logró venciendo a Nasralla en una elección que dejó flotando la sombra del fraude.
Por la opacidad de Hernández, Biden y Harris apostaron a la ex primera dama. Lo que ha comenzado en Honduras revelará si acertaron o no al considerar que Xiomara Castro impulsará un progresismo liberal-demócrata que no ingresará a la órbita chavista.