Una comunidad espiritual

Uruguay es una comunidad espiritual”, repetía Wilson Ferreira, apelando a una identidad que no se mide en cosas materiales, sino en una unidad forjada por valores compartidos. No fue una frase decorativa. En tiempos de desencuentros y sobresaltos, esa idea puede ofrecernos una brújula. ¿Qué significa hoy ser una comunidad espiritual? ¿Y qué responsabilidad nos cabe si lo somos?

Entre 1522 y 1524, Ignacio de Loyola escribió los Ejercicios Espirituales. Uno de ellos me acompaña desde hace años. En él, Ignacio propone al ejercitante “ver el mundo desde la luna”. La instrucción es imaginar la Tierra desde lo alto: su redondez, sus mares, sus nubes, sus continentes. Y observar a las personas en su día a día, en sus decisiones, en sus miserias y en su belleza.

Cada vez que el mundo me abruma, vuelvo a esa escena. Desde esa altura, todo adquiere otra dimensión. Hay dolor: guerras, hambre, injusticia. Y también hay belleza: nacimientos, gestos de amor, actos de generosidad. Esa mirada me ayuda a reordenar mis emociones, especialmente cuando me gana la bronca o la frustración. Desde esa altura, el ego se vuelve pequeño y la pregunta más honesta que puedo hacerme es: ¿qué quiero hacer yo con esto? Y la respuesta suele ser la misma: construir para servir.

Ignacio continúa: “mirar lo que hacen las personas sobre la faz de la Tierra, así como herir, matar, ir al infierno... y después reflectir, para sacar algún provecho de cada cosa”. La contemplación no es evasión. Es un ejercicio para entender antes de reaccionar, para responder con conciencia en vez de impulsos. No se trata de justificar lo injustificable, sino de comprender lo que pasa y preguntarnos qué queremos construir desde ahí.

En tiempos donde reina la reacción instantánea, necesitamos más que nunca detenernos a contemplar. Porque muchas de nuestras respuestas -en lo político, lo social, lo personal- nacen del apuro, el enojo o el prejuicio. ¿Cuánto daño evitaríamos si antes de actuar hiciéramos silencio, tomáramos distancia y tratáramos de entender?

El mal hace más ruido. El escándalo, la sangre, el poder desbordado llenan portadas y saturan nuestras pantallas. Pero eso no es todo lo que hay. Hay una mayoría silenciosa que hace el bien todos los días. Que no aparece en los noticieros pero que sostiene la vida colectiva: la maestra que educa a nuestros hijos, el cuidador que acompaña la vejez, el jefe que se parte el lomo en silencio, los padres que crían con amor. Uruguay también está hecho de esa trama invisible. El bien, en cambio, suele hablar en voz baja.

Es urgente narrar también esa parte del país. Porque mientras los buenos sigan siendo más que los malos, los que hacen el mal no ganarán. Solo el día en que eso se invierta -si acaso llega- será el día en que los buenos estén presos. Mientras tanto, la inmensa mayoría de este país, la que trabaja, cuida, enseña, escucha y sirve, sigue en pie. Esa es la verdadera comunidad espiritual.

Y así como enseña Ignacio: contemplar, reflexionar y luego actuar. Hacer el bien sigue siendo un acto revolucionario. También en Uruguay.

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