El último jueves de julio el semanario Búsqueda publicó una excelente nota de Facundo Ponce de León. Trata sobre la vuelta al Uruguay del famoso futbolista Luis Suárez. Correctamente leída es una página que refiere al Uruguay como un país al que vale la pena volver.
Pero no un volver gardeliano “con la frente marchita, las nieves del tiempo”… un volver de nostalgia y de melancolía. No: al contrario; aún desde el apogeo -como es el caso de Suárez- Uruguay hoy es un país al que vale la pena volver o, para los que no nos fuimos, vale la pena vivir.
Esa forma de ver las cosas es importante en estos tiempos que corren, en los cuales figuran de forma tan visible y audible aquellos que necesitan políticamente denigrar; los que gritaban histéricamente ¡genocidio! al gobierno cuando nos cuidaba en la pandemia, o ahora gritan ¡plagio! por unas comillas que faltaron por error. Son los que confían su relevancia política a lo que encuentren revolviendo en el garreo (si no conoce este término pregúntele a alguien de campo).
El texto de Facundo me ha traído a la memoria algo que escribí hace mucho. Hace mucho en años y hace mucho en cuanto a la realidad del país. Lo escribí allá por fines de 1974 para difundirlo por Radio Olimar y estaba dirigido a un Uruguay del que había muchos motivos para querer irse y muy pocos para querer volver.
Empezaba diciendo: “El uruguayo se va porque ya nadie le pide que piense cómo quiere que sea su país sino le pide que acepte una orientación y una manera de ser que se maneja en un secreto institucionalizado y que él debe acatar sin discusión”. No era gratis ni exento de riesgo decir este tipo de cosas por radio en aquellos tiempos.
Pero mi texto seguía así: “Por otro lado, hay o hubo, un estilo de vida, una escala de valores, un modo de vivir y de convivir, un ritmo, en los que el uruguayo se encontraba en casa, se encontraba bien, se encontraba a sí mismo. Todo esto le hacía gustar de su país y lo llevaba a quedarse en él a gusto. Quedarse en un país que siempre fue chico territorialmente y donde las posibilidades de gran fortuna fueron siempre pocas”.
Y agregaba, “pero esa pequeñez nunca nos creó ningún complejo: nos regocijamos de las grandezas que estuvieron a nuestro alcance y dejamos pasar las otras sin envidia y sin angustia, sin que nos turbaran el buen sentido. Estábamos a gusto viviendo en paz entre nosotros mismos, más o menos dueños de nuestro destino personal y nacional, valorando satisfechos nuestra capacidad de convivir en el respeto de las ideas del vecino y seguros de que no seríamos molestados por las nuestras”.
“Habíamos aprendido a convivir entre nosotros en un estilo de llaneza y campechanía en el que estábamos a gusto. Todo eso hacía que el uruguayo, aún sabiendo que en otro país podría ganar más o que con su preparación podría tener allá un mejor ingreso, prefiriese con todo quedarse en su Patria y, en el fondo, sintiera que con quedarse salía ganando”.
Y terminaba aquel escrito con una frase que también es para hoy.
Muy para hoy.
Decía así: “Ahora es el momento de renovar entre todos el sueño del Uruguay. Un sueño que no solo es memoria sino que fundamentalmente es proyecto y proyecto común”.