RUBEN LOZA AGUERREBERE
Antón Chejov, de quien en estos días se ha reeditado "El beso" (Edhasa/Océano), fue un alma bien educada. Milan Kundera ha escrito: "Sin saberlo, el hombre compone su vida de acuerdo con las leyes de la belleza aún en los momentos de más profunda desesperación". Y, en buena medida, Antón Chéjov así lo hizo.
Sobrellevó su infancia de pobreza cruel y rigores arbitrarios, padeció una enfermedad entonces de difícil curación, mientras, iba ofreciendo lo mejor de sí mismo, como médico, y esencialmente a través de sus notables cuentos cortos y obras de teatro, que reflejaban el alma de su tiempo. Por eso es un clásico. Porque sus obras parecen escritas ayer.
Chéjov nació en la ciudad rusa de Taganrog, situada en la costa Norte del mar de Azov, en 1860. Su vida no tuvo episodios sobresalientes ni espectaculares, y se desarrolló con la misma normalidad con que vivieron sus personajes. Estaba casado con la actriz Olga Knipper, cuando tempranamente falleció, en 1904.
El ejercicio de la medicina le proporcionó conocimientos que aprovechó en la literatura. Gracias al éxito de sus cuentos y sus obras de teatro, pudo vivir de su trabajo y ayudar a sus hermanos; incluso logró comprarse, en l892, una finca en la provincia de Moscú, que más tarde utilizó como hospital cuando la epidemia de cólera que sufrió Rusia.
Aquel hombre sencillo, de rostro sereno, con monóculo, perilla y trajes algo pasados de moda, fue adorado por sus familiares y parientes, y fue particularmente querido por sus amigos. Frecuentó a Tolstoi, al músico Rachmaninov, al director teatral Stanislavski. El generoso escritor compartió su saber con todos: no puede medirse cuánto le debe Gorki por sus consejos sobre el estilo. Fue, también, un hombre adorado por las mujeres, a las que solía tratar con cierto distanciamiento irónico, que era su forma de enmascarar su alma bien educada ante corazones más alegres que el suyo.
Chéjov, aquejado de tuberculosis, debió realizar frecuentes viajes a Biarritz, Niza y París. También estuvo en Yalta, esa ciudad de Ucrania, que era un aristocrático centro de veraneo durante el siglo XIX debido a su clima benigno. Y es allí, precisamente, donde se ambienta su antológico relato "La dama del perrito", que también recoge este libro. Cuenta el idilio entre una joven mujer casada, que pasea su perrito, y un hombre mayor que ella, cuarentón y también casado, y sus encuentros y desencuentros a través de efusiones contenidas, que pautan esta historia de amor considerada como una de las mejores que escribió. Este relato es inmune al olvido.
Los enigmas de la vida, las sospechas de transitar caminos equivocados, están latentes en personajes movidos por el destino como hojas por un suave viento, y los va atrapando en historias como "El beso", "La princesa", "Las bellas", "Ana colgada al cuello", donde importan más que los hechos, la atmósfera que los envuelve.
Harold Bloom, en sus ensayos de "Cómo leer y por qué", ha escrito que: "Incluso los cuentos más tempranos de Chéjov muestran la delicadeza formal y el clima sombríamente reflexivo que lo convierten en el artista indispensable de la vida no vivida y en el más influyente en todos los cuentistas que vinieron después de él".
Este es el libro de quien tenía sabiduría de gran escritor, y al cual debemos lo esencial del cuento moderno. Hombre de su época, vivió y soñó en su tiempo, iluminado por la sola lámpara del espíritu.