Como en la opinión pública mundial ya no hay “líneas rojas” que los líderes no puedan atravesar campantes con sus acciones o con sus palabras, Hamás libera rehenes a cuentas gotas montando escenificaciones de la crueldad.
Esos jihadistas que pasan el grueso del tiempo en sus túneles, sólo visten sus fajinas militares para aparecer en cámara en cada una de estas escenificaciones, porque para combatir se visten de paisano logrando confundirse entre los civiles que caen en cantidades bajo las balas israelíes. Luciendo sus uniformes, sus fusiles Kalashnikov y las vinchas verdes con la inscripción Allahu akbar (Dios es grande), liberan rehenes como si fueran efectivos militares hechos prisioneros en combate. Y cuando se van las cámaras regresan a los sitios seguros donde pasan la mayor parte del tiempo mientras, en la superficie, los civiles mueren bajo las bombas israelíes o sobreviven entre los escombros y el frío.
No hace falta repasar las calamidades que atraviesa la población de la Franja de Gaza desde que, en 2007, Hamás expulsó a Fatah y la ANP de ese territorio asesinando a sus dirigentes y funcionarios, para entender su naturaleza abyecta y totalitaria. Con ver las escenificaciones que monta al liberar a cada rehén puede entenderse la criminalidad del fanatismo que caracteriza a esa organización.
Cuando los protege un alto el fuego aparecen triunfales ante las cámaras de la prensa, mostrándose clementes y victoriosos en un escenario de distopía apocalíptica. Exhiben los rehenes como si fueran náufragos rescatados en una isla desierta, cuando se trata en su mayoría de civiles capturados en sus hogares y en un festival pacifista mientras familiares y vecinos eran masacrados aquel siniestro 7 de octubre del 2023.
La entrega de rehenes es el equivalente ultraislamista de lo que exhibe al mundo el régimen norcoreano en sus masivas escenificaciones de precisión milimétrica. Esas multitudes haciendo movimientos sincronizados con sorprendente exactitud y los marciales soldados desfilando como robots junto a las plataformas que transportan misiles nucleares, son señal de una sociedad en la que el individuo ha sido reducido a autómata.
Las masas que cuando ven a Kim Jon Un en persona “lloran de emoción” con la misma sobreactuación con que lloraban ante su abuelo Kim Il Sung y ante su padre Kim Jong Il, son un espectáculo tan como poco creíble como demencial. Esos llantos quieren mostrar amor apasionado al líder, pero lo que exhiben es total sometimiento.
Las imágenes que el totalitarismo absoluto de Corea del Norte le muestra al mundo, se perciben desde la lente cultural de Occidente como una enajenación masiva de la dignidad humana. Lo mismo debe percibirse en las escenificaciones donde los jihadistas de Hamás lucen bien alimentados, junto a rehenes escuálidos.
No sólo las tragedias que han causado al pueblo gazatí con las anteriores guerras de misiles y la crueldad desatada durante el pogromo del 2023, cuya consecuencia fue la devastación de la Franja de Gaza por parte de Israel, sino también los actos perversos que montan cuando liberan rehenes prueban que el final del conflicto requiere la erradicación de Hamás, organización que debiera ofrecer su autodisolución militar y política, a cambio de que Netanyahu no aplique el plan que sin ruborizarse anunció Trump.
Los líderes que no habían propuesto la “reubicación temporal” de los gazatíes cuanto estaban desprotegidos por Hamás bajo la lluvia de bombas y misiles de Israel, ahora proponen la “reubicación permanente” de esa población.
Ni si fuera temporal, como suavizó Marco Rubio lo expresado por Trump, la reubicación deja de ser una limpieza étnica. No fueron reubicados los habitantes de Dresde cuando la capital sajona fue arrasada por los bombardeos británicos en la Segunda Guerra Mundial. Nadie reubicó a sus habitantes cuando Berlín quedó reducida a escombros. Hiroshima y Nagasaki son otros de los tantos ejemplos que muestran la idea de Trump como la justificación absurda de una limpieza étnica.
Hamás tiene una responsabilidad inmensa por la amenaza que pesa sobre la población de Gaza: que padezca lo que padecieron los judíos sefaradíes expulsados de España por los reyes católicos y los askenazíes expulsados de Rusia por Catalina II.
La historia del judaísmo es una sucesión de limpiezas étnicas. Un trayecto trágico por el tiempo, que comienza con la diáspora que Tito Flavio Vespasiano inició como general de los centuriones que aplastaron la Rebelión de Judea, y concluyó como emperador al ocupar el trono de su padre.