El mundo actual es una infinita fuente de asombro, un pasmo sociológico tras otro. Mientras internet estuvo pendiente de los posteos irónicos de Mina Bonino, pareja de Federico Valverde, sobre “La Sociedad de la Nieve” el pasado fin de semana, el domingo salía en El País una nota sobre sitios especializados de cine en España, que criticaron (en este caso de verdad y no irónicamente), por no seguir los términos de corrección política y representatividad que imperan en el cine por estos tiempos.
Básicamente por la “casi ausencia de personajes femeninos (y el nulo papel de los que hay), y por la heterosexualidad de todos los personajes masculinos”. No alcanzó con eso. Infobae recogió estos comentarios y sus críticos de cine afirman que tal característica puede complicar el camino de la película a los Óscar, porque “no encaja en la pretensión de Hollywood”.
En el libro El Sindrome de Woody Allen, Edu Galán argumenta que estamos en tiempos donde las reivindicaciones sociales se han transformado en “causocracias”: las causas se convierten en absolutas y no permiten matices ni perspectivas alternativas. Esto lleva, entre otras cosas, al predominio de la emotividad sobre la racionalidad. Las causas defendidas, a veces con total justicia, se vuelven autoritarias. Impregnan todo, no dejan lugar a matices o perspectivas.
No hay peor cosa que la tibieza o la equidistancia. O estás conmigo o sos el enemigo, incluso se puede serlo sin saberlo. Toda discrepancia, por pequeña que sea, es traición. Todo ello teñido por una fuerte emotividad, así como la inclinación a querer reglamentarlo todo. Estamos en tiempos de hipersensibilidad y de ortodoxia: soy racista si no posteo “Black Lives Matter”, antisemita si no salgo públicamente a apoyar a Israel contra Hamás, machista si cuestiono el escrache a la fachada de una iglesia el 8 de marzo, y así por los siglos de los siglos.
Es asombroso cómo en un mundo con el mayor porcentaje de personas educadas como nunca en la historia, la gente tenga cada vez más información, pero no criterio. En el pasado podíamos echarle la culpa a la ignorancia, pero hoy en día, cuando la libertad de buscar y encontrar conocimiento está al alcance de la mano, reinan los hashtags y el efecto rebaño, sin cuestionarse medio minuto las cosas.
Vivimos en tiempos exagerados, hiperbólicos, de distribución normal. Esto se ha transformado en una nueva inquisición que mandata todo, incluso capaz de reescribir la historia y anular hechos o personajes, e intentar modificar otros.
Es agotador, porque hoy en día es imposible hacer nada, incluso una película sobre el mayor hecho histórico de supervivencia humana, sin que alguien no se sienta ofendido. Y peor aún, sin que (potencialmente, para algunos) la castiguen por no seguir las “causocracias” de turno.
Pero más allá de la película, lo más grave es que, al final del día, la hipertrofia de causas genuinamente nobles, lo único que consigue es desprestigiarlas. Si creemos que los verdaderos problemas de la mujer y la homosexualidad, como la violencia, la discriminación o la brecha salarial, se solucionan cambiando la historia del accidente de los Andes tal y como fue, es de un nivel de ignorancia (o de estupidez) extrema.