Como toda sociedad moderna, Uruguay también debió afrontar temas controvertidos, que afectan sensibilidades profundas. El más reciente (entrando a su etapa final) es el de la eutanasia. Antes estuvo la ley que permite, en ciertas condiciones, interrumpir un embarazo. Esa ley fue aprobada, promulgada y pese a cierta leve resistencia inicial, instalada definitivamente.
En estos temas, al final el debate suele centrarse en las voces intransigentes que descalifican al otro por el solo hecho de tener una opinión distinta. Por el camino quedan acallados los que, adhiriendo a una u otra postura, tienen sus matices y si bien no comparten, entienden la postura del que piensa diferente.
Esto se notó cuando se discutió la ley a favor del aborto quizás porque a diferencia de la eutanasia, se refería a un derecho que era importante para las mujeres y por lo tanto movilizó a varios grupos feministas, algunos (no todos) de un radicalismo que lindó en lo irracional. Eso llevó a que gente que quería despenalizar el aborto, no compartiera algunos fundamentos incorporados a la ley.
La complejidad y delicadeza del tema fue reconocida con la incorporación de una cláusula de objeción de conciencia para los médicos que no apoyan el aborto. Algo similar se prevé para la ley de eutanasia.
La discusión previa por la ley de eutanasia no alcanzó tanta virulencia aunque quizás la hubo en las redes, como suele ocurrir. Recuerdo haber escuchado un debate radial entre el ex diputado Ope Pasquet y la médica Agustina da Silveira, donde se argumentó con fuerza y convicción, pero con respeto y amabilidad.
Sin embargo, la intransigencia empieza a aflorar ahora, con la ley casi aprobada. El cardenal Daniel Sturla, al pronunciarse en contra de la ley sostuvo que los cristianos debían tener en cuenta a quienes la apoyaron cuando lleguen las elecciones. Es tradición de la Iglesia Católica recomendar a sus fieles que a la hora de votar, tengan cuidado con los que expresan posiciones contrarias a su prédica. Vale solo para los fieles y no para quienes no lo son, como es lógico.
Además, como ocurre con frecuencia, no todos los fieles acatan sus recomendaciones.
Ocurrió con la ley de aborto que cuando se intentó derogarla mediante un referéndum solo un 9 % de la población apoyó esa iniciativa. Es verdad que en Uruguay los católicos no son tantos. Pero son más de eso.
Entre las muchas visiones que hay respecto a estos temas, una es la católica. Al haber ciudadanos que profesan esa religión es natural que la Iglesia como institución quiera terciar en un debate en el que, por el tema, se siente involucrada. No vota en el Parlamento, pero sí opina del mismo modo que tantas organizaciones sociales, entre ellas los sindicatos. Es una voz más.
En este país donde tanta gente entiende mal el concepto de laicidad, cada vez que un jerarca religioso habla, se lo manda callar. Eso hizo el presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira al decir que el cardenal se metía “en la vida política de un país y esa no es su actividad”.
Para la Iglesia Católica la eutanasia es un tema central desde su visión moral y doctrinaria, no política. Pereira puede perfectamente discrepar con Sturla en ese y otros temas. Pero no puede acallarlo. El jefe de los católicos tiene el mismo derecho a opinar que un dirigente sindical o la líder de una organización feminista; habla para y por los fieles de Uruguay. Su opinión vale, pero conoce los límites de su efectividad.
Al estar separados Estado de Iglesia, la laicidad exige que en la enseñanza y otros espacios públicos, lo religioso no se meta. Pero eso no le impide que se expida sobre temas caros a su pensamiento.
Este es uno que afecta sensibilidades y convicciones personales más que alineamientos sectoriales. Por algo los partidos dejaron en libertad a sus diputados. Está bien que así sea.
Hay temas muy políticos que necesitan una disciplinada postura partidaria. No ocurre en otros asuntos. Lo de la eutanasia no corta por partidos, ni por sexo, ni siquiera por edad. Algunos creen que la gente mayor es más rígida y anticuada en este asunto, cosa que me permito dudar.
La gente mayor, en la medida que va enfrentando sus crecientes desafíos de salud, se plantea con más franqueza como ubicarse ante situaciones límites. Lo cual es lógico, el dilema no es abstracto ni teórico, es real y se vivirá en carne propia.
El debate entra en el terreno de las convicciones morales, de las encrucijadas personales ante enfermedades terminales, en el derecho, la filosofía y la religión. Muchos factores se movilizan a la hora de asumir una posición. Eso obliga a escuchar al otro y a entenderlo, lo que no significa compartir su posición. Las complejas razones por las cuales se favorecen a una u otra posición (y en especial la de aceptar la eutanasia) no siempre son las mismas que terminan en el texto legal.
Son cuestiones removedoras y llenas de matices que reclaman delicadeza y madurez de la gente y de sus representantes.