Hay semanas que parecen escritas por un guionista con resaca. O con rencor. O con una venganza personal contra la lógica.
A veces cuesta saber si estamos viendo una comedia negra o una transmisión en directo del colapso. Vivimos rodeados de obscenidad, pero no de la clásica, la escandalosa, sino de una más opaca: la del desinterés.
Ocho personas murieron de frío. En Uruguay. En 2025. Murieron a la intemperie. Por abandono. Por esa mezcla de clima hostil, inercia institucional y burocracia en piloto automático. Nadie las mató, pero nadie hizo lo suficiente para que siguieran vivas. Hay gente que muere como si no hubieran merecido vivir. Y en ese silencio, que nadie escucha, es donde morimos todos un poquito cada vez.
Mientras se aprobaba el salvataje de la Caja Profesional, la propia Caja enviaba por mail un PDF de cuatro páginas celebrando la rentabilidad de su portafolio de inversiones. Si no fuera un escándalo, sería una broma macabra.
En este mismo bendito país, un diputado consideró oportuno presentar un proyecto para obligar a los restaurantes a ofrecer postres sin azúcar. Convengamos que, mientras hay gente muriendo en la calle, legislar sobre el flan con edulcorante es de mal gusto. Bienvenidos a la dulce distopía. Sin azúcar, eso sí.
Cruzando el charco, Milei se apersonó en un streaming de mascotas con un mameluco de YPF, uno de sus perros clonados y una batería de insultos. “Hijo, hijito”, le decía al animal.
A los humanos los despachó, en los últimos días, con términos como imbéciles, pelotudos, mierda, soretes, degenerados, parásitos, basuras y mandriles.
En otro tiempo, un presidente insultando vestido con un mameluco habría protagonizado una sátira política. Hoy es simplemente contenido. Y como casi todo el “contenido”, tiene una vida útil inferior a las 24 horas y un valor nutricional de cero.
Unos días después, Elon Musk -compañero de selfie y motosierra- admitió que quizá se le fue la mano. “Me faltó empatía”, dijo. Como si posar con una motosierra fuera una metáfora que se le escapó, y no la postal precisa de una época en la que las imágenes importan más que las ideas. Ahora Musk coquetea con fundar un partido político. ¿Qué puede salir mal?
En Europa, mientras tanto, las temperaturas lo derriten todo. Has- ta el sentido común. Nada tan revelador como el “bonus calor” de una aplicación de reparto en Italia. Una propina del 2% al 8% por pedalear bajo 40 grados.
El esquema era tan sencillo como cínico. El extra -a cobrarse recién en setiembre- permitiría a los repartidores comprar agua, protector solar y, atención, sales de rehidratación. Vale la pena repetirlo. Sales de rehidratación.
Todo eso envuelto en la promesa de siempre: “Tu seguridad es nuestra prioridad”. Como si repetirlo lo hiciera cierto. Hubo escándalo, y la empresa dio marcha atrás. Pero el mensaje ya estaba claro.
Si el infierno paga lo justo, quizás no sea tan grave. Nada como ofrecerte unas monedas extras por no morirte deshidratado mientras le llevan el sushi a un tipo que se queja del aire acondicionado.
En España, Pedro Sánchez pisa el barro. Su mano derecha está en prisión preventiva por corrupción, y el olor fétido ya le llega a la cintura al presidente del gobierno. Él niega to-do, pero la sensación de derrumbe es espesa. La política, como el verano europeo, está en ebullición.
Uno de esos políticos de rostro pétreo, Benjamin Netanyahu -que no será recordado con benevolencia- se dignó a visitar, después de 20 meses, el kibutz Nir Oz, el más golpeado por la masacre terrorista del 7 de octubre de 2023. Del otro lado, todavía quedan 20 rehenes con vida y todavía siguen muriendo gazatíes. Veinte meses después, como si nada.
Por si el mundo necesitara otra postal del absurdo, esta semana se inauguró en Florida una cárcel pa- ra migrantes, construida en ocho días sobre un pantano rodeado de caimanes.
La llaman, con sarcasmo apenas disimulado, Alligator Alcatraz. La idea es que nadie quiera escapar. Trump lo celebró con una frase que no requiere reinterpretación. Los cocodrilos harán el trabajo de la policía. Es, por supuesto, brillante. Menos sindicatos, más escamas.
Una de las tragedias de nuestra época es que se parece tanto a la ficción que ya no sepamos si debemos enojarnos, indignarnos o poner el celular en modo avión.
Vivimos bajo una sobrecarga de acontecimientos en la que lo excepcional pierde efecto y lo grotesco se vuelve normal. Una muerte por frío no dura ni un ciclo de noticias.
El mameluco presidencial ya es meme antes de que termine la entrevista. El bono por insolación se debate entre la burla y el horror. Y la cárcel rodeada de caimanes apenas alcanza para un titular.
La velocidad del presente impide el duelo. La abundancia de estímulos bloquea la compasión. No es que no veamos lo que pasa, es que lo vemos todo junto, todo el tiempo, y ya no sabemos cómo reaccionar.
Quizás por eso no haya protesta, ni duelo, ni catarsis. Solo una extraña mezcla de resignación y vértigo. Como si estuviéramos atrapados en un reality donde lo nefasto y las desgracias se acumulan como episodios de una serie interminable, y nosotros solo podamos escrolear.
Lo desolador de estos días es que todo esto va a volver a pasar. Que ya está pasando. Y que mañana, cuando pase algo peor, apenas nos quedará un emoji de asombro.
Cuando el absurdo se vuelve rutina, y la rutina, anestesia, el colapso ya no avisa. Solo avanza.