Responsabilidad generacional

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Aunque desde hace mucho tiempo se habla de la enorme importancia que tiene la conservación de la diversidad biológica del planeta para el equilibrio de los ecosistemas que habitamos -e incluso para nuestra propia supervivencia-, las urgencias cotidianas de una población mundial que cada vez se concentra más en centros poblados (ecosistema artificial) nos dificulta de manera evidente tomar cabal conciencia de ello, y actuar en consecuencia.

El conocimiento científico (y también el ancestral) nos demuestran que cuando los ecosistemas están sanos y equilibrados, están asegurados los servicios ambientales de los mismos. Significa que su estructura y funcionamiento garantizan buenos controles naturales en la erosión del suelo y en las inundaciones, en la regulación del clima y de la temperatura, en el buen funcionamiento de los procesos de purificación del agua y del aire, en la conservación de las bellezas escénicas naturales.

Estos beneficios intangibles, macros, suelen pasar inadvertidos porque son la esencia misma de los ecosistemas en los cuales vivimos. Pero, al mismo tiempo, pueden alterarse severamente si somos imprudentes y descuidados en su gestión.

Una de las claves para lograr una buena conservación es proteger la biodiversidad. Porque las especies de plantas, animales y microorganismos que conforman un ecosistema, en los hechos son los constructores de ellos, a través de las intrincadas interacciones que mantienen entre sí y con el medio inanimado (suelo, aire, agua).

Sabemos que el crecimiento de la población mundial, sumado a su incesante desarrollo productivo y tecnológico, cada vez demanda más recursos naturales, lo que está afectando la salud ambiental de los ecosistemas. Entonces, ¿cómo lograr una buena conservación si cada vez necesitamos utilizar y modificar más los ecosistemas que habitamos?

La respuesta lógica es hallar la manera de continuar desarrollándose pero, al mismo tiempo, revirtiendo los procesos que todos los días provocan la pérdida de la diversidad biológica.

Esto es posible porque disponemos de algunos buenos ejemplos de estrategias que están funcionando, aunque aún a muy baja escala.

Lo primero es promover una decidida protección a algunos de los biomas y ecosistemas más esenciales de la biosfera. Nos referimos a elevar la protección de los océanos y de los bosques, así como de la restauración de los humedales. Los océanos cubren el 70% de la superficie terrestre y representan más del 95% de la biosfera. Solo el 2.8% de ellos está protegido de la sobrepesca, la contaminación y la destrucción de hábitats.

Es bien conocida la destrucción sistemática que sufren todos los años las selvas tropicales y bosques naturales de nuestro continente, y con ello sus especies. Otro tanto ocurre con los humedales. Es mucho más lo que perdemos de servicios ambientales que lo que ganamos en sumar tierras para el agro. Nuevamente la ciencia es la que enciende las alarmas ante estas conductas. Lo segundo, es salvar a varias de las especies claves de ecosistemas y combatir con todos los medios disponibles a las especies exóticas invasoras. El desafío sigue intacto y será una enorme irresponsabilidad generacional ignorarlo.

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