¿Cuántas veces oímos esto? En boca de políticos, muchas, que lo usan para caricaturizar críticas o simplificar promesas, pero no solo de políticos, también de otros que se fastidian porque los que mandan no abren el libro de recetas en la página correcta.
Yo nací a las inquietudes políticas y económicas allá por los ’60, en pleno auge de las teorías desarrollistas y planificadoras, convencidas de que era posible (y por tanto obligatorio), armar profusos planes macro, que comprendieran todas las variables, económicas y sociales, debidamente ubicadas, relacionadas y reguladas. La época de aquel formidable tour de force nacional que fue la CIDE. Todavía me miran desde la biblioteca los volúmenes de su informe.
Dejó cosas buenas, nadie lo discute (y fue un rarísimo caso de trabajo en conjunto, sin grieta), pero la idea general de que Adam Smith era un desprolijo y de que la razón humana es capaz de imponer su orden a la realidad, ya debería de haberse amoldado a esta. Razón tenía Von Mises al sostener que eso es imposible (y, por tanto, peligroso).
Estamos viviendo, precisamente, un buen ejemplo de todo esto con el fenómeno del teletrabajo.
Todos conocíamos del tema, pero la pandemia nos convirtió en parientes cercanos.
La pandemia parece que terminó, pero nos dejó -entre otras cosas- una potencial revolución.
El trabajo es factor esencial en la vida del ser humano y de la sociedad. No tan glamoroso como el sexo, hablamos menos de él (es más aburrido), pero afecta la vida de las personas, las familias, la economía, el derecho, las relaciones de poder... etc., mucho más que aquél.
¿Qué va a pasar ahora con esto?
El Economist (14/7/23), da cuenta de que se está gestando un enfrentamiento a nivel de muchos países, entre empresas que quieren volver a la presencialidad y sus empleados, que le han tomado el gustito al trabajo a distancia.
Lo que primero surge en la discusión son algunos temas obvios: de un lado la productividad y la eficiencia, que no se perciben como fundadas sobre bases sólidas con el teletrabajo (hay estudios recientes al respecto), del otro, la calidad de vida y el ahorro de tiempo (por el tráfico, etc.). Pero en la realidad el abanico de temas involucrado es enorme:
-Reclutamiento: ¿cómo se hace para tener mecanismos y parámetros como al presente?
-Aprendizaje: compartir, mirar y preguntar, son actividades clave.
-Formación: una vez conchabado el fulano, ¿quién y cómo se le enseña/inserta?
-Cultura empresarial: toda empresa que se precie apta a generar un ethos que añade contenido y sentido el mero negocio.
-Lealtad. Sentido de pertenencia.
-Sinergia y competencia interna (buena hasta cierto punto).
-Responsabilidad social: muy difícil de generar si cada uno está en su casa.
-Desarrollo social de la persona, en ausencia de interacción personal en el trabajo.
-Cultura del trabajo en equipo.
-Fomento de la inventiva y la creatividad, mucho más difícil si cada uno anda por su lado.
-Incremento de las diferencias dentro de una misma empresa entre el personal administrativo y el resto.
El teletrabajo impacta también en ámbitos jurídicos y sindicales:
-Obviamente significará un de- bilitamiento de estos, con consecuencias en materia de relaciones laborales.
-Afectará también la normativa laboral en temas como el horario y el descanso, así como inventos como el presentismo. Me animo a suponer que obligará a repensar nuestro anquilosado sistema de Consejo de Salarios (lo que no vendría nada mal).
-Cabe imaginar que impactará en el tema de la informalidad, con todo lo que ello implica, para el trabajador, para la competencia comercial y para las arcas públicas.
Desde otro ángulo, el fenómeno tendrá consecuencias en el plano humano, matrimonial y paternal, que todavía no se han hecho patentes. Una mayor convivencia entre esposos y entre padres e hijos suena como algo necesariamente bueno, pero tiene sus bemoles.
Los efectos habrán de sentirse hasta en áreas como el mercado inmobiliario, al implicar una reducción del área de oficinas.
En fin, un menú amplísimo, en una realidad removedora.
Da como para dedicarle tiempo y energías. Aun a costo de dejar de lado las romerías políticas y periodísticas.