Una de las cosas que más amo en esta vida que tanto amo? Los libros. Entre ellos, y de manera especial, las obras de Jean d’Ormesson. Las he leído con inmenso placer. Y, muchas de ellas, asimismo, merced al honor adicional que supone para mí que él mismo me las haya hecho llegar (con amables dedicatorias).
Por cierto, no me resulta fácil escribir sobre él por varias razones. Una, personal, ya que se trata de uno de los escritores que está más cerca a momentos agradables de mi vida. A esos instantes gratos, debidos a sus páginas, que tantas veces me han acompañado más allá de las vigilias, llevándome hasta esa zona donde se entrelazan el corazón y la memoria. Y, por otro lado, la vastedad de su quehacer literario, que cubre varias géneros, y tiene (salvo por estos lares) una resonancia realmente importante.
Veamos. Nacido en el seno de una aristocrática familia francesa, en París, en 1925, el conde Jean d’Ormesson es licenciado en filología e historia. En 1971 ganó el Gran Prix de la Academia Francesa por su celebrado libro "La gloria del imperio". Es miembro de la Academia Francesa de Letras, fue director de "Le Figaro" y ha obtenido diversos premios; entre ellos, el legendario "Premio Luca de Tena", por su trayectoria periodística. Entre sus libros más difundidos, baste recordar (premio de la Academia Francesa), "El viento de la tarde", "Todos andan locos por ella", "La felicidad en San Miniato", "Historia del Judío Errante" y "La Aduana del Mar".
Pues bien, la buena noticia es que, tras años de ausencia, se ha reeditado en nuestra lengua su hermosa novela "Por capricho de Dios" (Diagonal/Océano), uno de esos libros ante los cuales la lectura se convierte en auténtico placer. Es un homenaje a la memoria de su abuelo, de quien narra el pasado de su estirpe en torno al castillo Plessis-lez-Vaudreuil, alrededor del cual giran generaciones, en una historia que abarca desde las cruzadas hasta nuestros tiempos, trazando de esa manera la historia de la familia, de Francia, de Europa y un reflejo, en suma, del mundo. En estas páginas deleitables, están presentes la política, las guerras, los viajes, la magia de los libros, y el oro de la memoria, en un texto rico como pocos.
La mirada que posa sobre los hombres es lúcida y conmovedora a la vez. Levanta, ciertamente, a su vez, unos espléndidos castillos de papel, pues no escribe por frívolo afán, sino que, gracias a su pluma, recorremos con sus entrañables personajes (a los que nos acerca de manera sensible), las idas y venidas del vertiginoso mundo que habitamos, sin pasar por alto las miserias ni las pasiones humanas, el absurdo y las esperanzas renovadas del mundo.
El oro de la memoria, por cierto, juega un papel trascendente en las obras del escritor francés. Gracias a este escritor, uno de los grandes novelistas contemporáneos, es que podemos acercarnos a mirar una vida y unos personajes que tienden a desaparecer. El destino, los pliegues y trabazones de las generaciones, que suele ser oscuro y misterioso, aparece iluminado a través de las incontables historias que va enhebrando como un collar infinito en esta novela que discurre con la gracia de un patinador.
Y es así que en estas páginas deleitables, están presentes la política, las guerras, los viajes, la magia de los libros. Es un texto rico como pocos, complejo, donde nada de lo humano pasa inadvertido. Y trata de reconciliar en sus bellas páginas el pasado y el porvenir. Y es que es así como funciona la historia de los sentimientos, la historia a secas. Por eso, Jean d’Ormesson destella con fuerza. Y es, en suma, un clásico vivo y andante.