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Política y encuestas

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Después de lo ocurrido en Brasil, donde el voto por Bolsonaro no fue previsto por ninguna encuesta, la popularidad de este método de previsión se ha visto sospechada. Así lo expresó Julio María Sanguineti en relación a una reciente encuesta de Cifra que alcanza a los primeros días de marzo, donde la izquierda aparece con el 43% de apoyo, mientras la coalición republicana alcanza al 36%, (colorados 3% cabildantes 2%, P.I. 1%) con un 19% de indecisos.

Por su lado, una medición de Equipos Consultores, concluída en diciembre, otorgó a la oposición un 44% de los votos, y un 33% al oficialismo (colorados 3%, cabildantes 2%) con un 16% de indecisos. Estos resultados mantienen un importante sesgo según se mida el interior de la República o Montevideo y Canelones. En la primera el oficialismo mantiene una duradera y apreciable ventaja mientras en la segunda lo hace la coalición frentista, una importante división de la ciudadanía según donde fije su residencia.

Para confundir aún más el panorama, existe una encuesta de Factum del 23 de febrero que da 41% al Frente Amplio y 45% a la coalición republicana, mientras el presidente Luis Lacalle Pou, mantiene, sobrepasando la mitad de su mandato, una aprobación del 43%, en más de una medición.

No es simple explicar tan acusadas diferencias en sondeos similares. Salvo que se admita que algunas de las encuestas, o todas ellas, contengan errores técnicos o que una minoría de la ciudadanía uruguaya mantenga tanta incertidumbre respecto a su voto que lo cambie con mucha frecuencia. Una caraterística que intentaremos explicar. De todos modos, y aún cuando en estos momentos las encuestas no autoricen resultados firmes, existe una impresión creciente, más intuitiva que fundada, que la coalición de izquierdas está ganando terreno. Ya sea de manera gradual, ya de manera espectacular, como en los últimos dos sondeos mencionadas. Un corrimiento en las preferencias que como es natural causa inquietudes en el oficialismo.

Si aceptamos que no son (o más bien no son exclusivamente), las grandes líneas de la política las que inciden sobre el voto ciudadano, incluyendo en ellas la LUC, la reforma educativa o la jubilatoria, como lo demuestra el triunfo en el plebiscito y la sostenida simpatía al promotor de éstas, el presidente de la República, deberíamos concluir que, fuera del núcleo ideológico duro de cada coalición, son los incidentes menores, del tipo Astesiano, Peña, Caram o Germán Cardozo los que influyen en la cambiante adhesión a las mismas.

Un fenómeno que ya ocurrió en las anteriores elecciones donde la caída por corrupción del vicepresidente de la nación selló la suerte electoral de su partido. La repetición de estos fenómenos, más episódicos que profundos, estarían nuevamente determinando una adhesión circunstancial a su rival partidario de escaso significado partidario. Ello, más la desestimulante falta de cohesión de la coalición gobernante, carente de estructura orgánica y de principios doctrinarios comunes, trabajosamente fabricados en cada caso, serían los que están explicando este corrimiento hacia el Frente Amplio. Particularmente entre los votantes de los partidos oficialistas menores de la capital.

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