Durante la pasada campaña electoral el término (o el concepto) polarización ocupó mucho lugar. Existe, sin embargo, considerable confusión al respecto. Esa confusión ha favorecido el surgimiento de dudas. Polarización, en su acepción literal, significa dos polos de atracción que se repelen entre sí. Trasladado al terreno de la política se interpreta como dos posturas extremas y contradictorias y que se repelen mutuamente.
Mientras se disputaban las elecciones, mucha gente pensó que era mejor evitar toda polarización: se anticipaban tremendos choques y la siembra de condiciones para un bloqueo político definitivo. Si reconocemos la confusión que está contenida en este concepto, el esfuerzo por clarificarla ayudará a desarmar temores y conjurar negros presagios.
Que en nuestro país existan hoy dos posiciones antagónicas y ambas con fuerte respaldo popular no es un invento ni es un slogan. Pero no son dos candidaturas lo que divide al país sino que es el país, tal como está, que produce dos candidaturas. Este es el asunto. Claro que una cosa es no ver la realidad y otra muy distinta es atizarla con el propósito y la esperanza de provocar una ventaja electoral.
El Uruguay está dividido: no es una división congénita, sino adquirida, histórica. Esta división tiene una versión política, pero división no es lo mismo que intransigencia: ni en el diccionario ni en un sistema político inteligente. Las convicciones fuertes, arraigadas, no llevan necesariamente a la intolerancia o el totalitarismo.
A nuestro país, en su estado actual, puede que no le haga mal que haya posturas políticas netas, siempre y cuando ambas acepten que la lógica esencial de la política, la gramática de la política es naturalmente distinta (y mejor) que la lógica militar. La lógica política es encontrar articulaciones, la lógica del militar es obtener una capitulación.
La mejor política no es la que conduce a diluir las posiciones diferentes hasta llegar a una especie de papilla informe, que coloca al ciudadano en una posición de que da más o menos lo mismo votar por uno o por el otro. Cuando los partidos políticos no saben definir lo que quieren, o quieren una sola cosa que es ganar las elecciones, la democracia corre peligro de abaratamiento.
Después de las elecciones el país tiene que seguir funcionando: ese país dividido y polarizado tiene que seguir funcionando. Ese es el desafío de las democracias maduras y de los dirigentes políticos serios.
¿Cómo esperar de los extremos el acuerdo necesario? Garantías no hay, por supuesto. Pero quienes pueden más fácilmente entender y manejar las situaciones son los dirigentes que están por encima de sospechas de debilidad o de complacencia, quienes han demostrado mil veces dónde están parados. La paz duradera la pactan siempre los halcones, no las palomas.
El Uruguay se hizo en los revolcones de las luchas internas. Quienes históricamente hicieron la paz fueron los fuertes, los que en ambos bandos no precisaban demostrar nada porque eran claros, definidos y netos. La confrontación, si es franca, no debe asustar. Lo que asusta es la intransigencia, sobretodo, la intransigencia del necio, del burro, el que no entiende de matices, el que confunde acuerdos con traiciones.