Ruben Loza Aguerrebere
Fantasmal es la melancolía. No digo nada nuevo. En 1621 Burton ya hablaba de ese oscuro lago. Me refiero a la breve vida de Susana Soca, de quien he leído sus versos desdeñosos de gloria, sus páginas en prosa, y he observado sus retratos de rostro alargado, como el de Virginia Woolf, y, al evocarla, siento una leve melancolía.
Nacida en Montevideo, en 1906, en el seno de una familia acomodada y culta, su padre fue el Dr. Francisco Soca, el destacado médico, que fuera docente, parlamentario y Rector de la Universidad. Y ella fue una mujer un tanto misteriosa, una mujer poética, dueña de una voz poderosa y singular en el mundo literario uruguayo, que suele olvidar a determinados poetas así como, por otro lado, procura proyectar a otros tratando de insertarlos en el futuro cuando inevitablemente les aguarda el olvido.
Pero volvamos a esta mujer, que fue amiga de Victoria Ocampo y de Roger Caillois, a esta dama que recibió en Montevideo a Albert Camus (a quien las palmeras de la Plaza Independencia le recordaban Menton), y a la que Henri Michaux, uno de los mayores poetas franceses, propuso casamiento, pero ella no dio su consentimiento.
Susana Soca fue la fundadora de la recordada revista "La Licorne", en cuyas páginas colaboraron personalidades tales como Paul Eluard, Jorge Guillén, José Bergamín, Jules Supervielle y María Zambrano. Era, quizá, aunque no le gustaría el término, lo que hoy llamamos: "agente cultural". Pero le sobraba talento. Decía de ella Victoria Ocampo: "Cualquier proyecto o plan cultural de jerarquía encontraba siempre un eco en Susana Soca. Y al decir eco, digo mal. Encontraba un apoyo. Todo cuanto tocaba el campo literario despertaba su interés…".
A propósito de Susana Soca, Carlos Real de Azúa subrayaba la "fineza y seguridad de su gusto, la universalidad de sus lecturas, la calidad de sus intereses, la variedad de sus conocimientos lingüísticos (francés, inglés, alemán, ruso e italiano), lo que le permitió aspirar sobre sus propias plantas el perfume de toda poesía". Y, entre tantas cosas, a Susana Soca se debió nada menos que la difusión del escritor ruso Boris Pasternak.
En el año 1957, recuerda Victoria Ocampo, la escritora uruguaya le había señalado que: "publicarlo podía hacerle daño". Resulta conmovedor este comentario por la ingenuidad que la poeta uruguaya revelaba entonces sobre el desamparo en que vivían aquellos pobres poetas aislados de la antigua URSS y que hoy conocemos, entre otros, a través de libros como los del pensador Sir Isaiah Berlin. Y refirió, al respecto, cómo estando en Moscú, infructuosamente trató de ponerse en contacto telefónico con Pasternak. Al serle una tarea imposible, decidió dejarle unas líneas. Vaya uno a saber a qué canasto, de qué oficina, fueron a parar las palabras de esta mujer singular.
La vida de Susana Soca fue lamentablemente breve, aunque cabe señalar que fue rica en acontecimientos. Falleció en un accidente de avión, el 11 de enero de 1959, en Guanabara. Borges le dedicó un poema, que lleva su nombre.
El tiempo es un tobogán, ya se sabe. Y la misión esencial de la memoria, según señalaba el poeta y Premio Nobel italiano Eugenio Montale, es el olvido. Pero queremos contradecirle. No debe guardarse silencio en torno a ella. Y si bien es cierto que hoy no alumbra la llama de Susana Soca, sí lo hace en cambio, su leyenda. Y vuelvo otra vez a las palabras del comienzo: recordar es, también, un cometidos melancólico.