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Peligroso es callar

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Javier Milei, el flamante presidente electo de los argentinos, tiene una manera frontal de decir las cosas. Tal vez la misma que muchos de nosotros tenemos de pensarlas pero no nos atrevemos a decirlas. Ya sea por pudor, recato o por pensar que hacerlo nos podría meter en problemas. Por cobardes, en definitiva.

Hay ejemplos de desbordes de Milei con los que no somos pocos los que nos sentimos profundamente identificados. El que más representa a este columnista es quizá el más extremo de todos. Seguramente el lector lo haya visto en las redes. Se trata de aquella participación del economista en una audición de radio en la que repasa varios proyectos presentados por legisladores oficialistas, los cuales considera “los más inútiles”. Contra ellos descarga toda su bronca a través del micrófono. A la primera que le cae es a la senadora de Cambiemos, Gladys Gutiérrez. Milei cita un posteo subido por ella a las redes sociales en el cual la legisladora informa que presentó “un proyecto en la Cámara de Diputados y la de Senadores para declarar a Avellaneda capital nacional del fútbol”.

-¡Andate a la c… de tu madre! ¡Inútil! ¿Para eso te pagamos? -Grita Milei a toda garganta.

¿Cuántos lectores habrán actuado como Milei pero para sus adentros. O bien al volante de su auto, con las ventanillas cerradas, trancado entre el tránsito imposible del Obelisco a las 9 de la mañana, mientras una excesiva cantidad de funcionarios y máquinas, obstaculizaban el paso de los vehículos para construir la ciclovía de 18 de Julio? Una obra que favorecerá a unos pocos ciclistas y le complicará la existencia a miles de choferes de bondi, taximetristas, y conductores de camino al laburo.

Yo lo hice. Lo reconozco. Insulté como Javier Milei. Furioso y palabrotero. Pero lo hice sin que nadie me viera. Porque soy pudoroso. Y un poco cobarde también. Sin embargo, en ambientes confiables como el living de mi casa o un asado con amigotes, insulté las estupideces de los políticos con igual o peor léxico que el Peluca. Lo hice cuando supe que la directora del Solís, Malena Muyala, había invitado al artista plástico Claudio Rama a reescribir el folleto de su obra en lenguaje inclusivo; cuando vi que el acta judicial de Romina Celeste se refería a la denunciante de Penadés como “señora”; y cuando vi a Daniel Martínez golpearse el pecho mientras las urnas lo mandaban directo al ostracismo. También insulté soezmente a esos que después de abrazarse a los más abyectos dictadores latinoamericanos, fueron y organizaron una marcha por la democracia.

Ayer, tras conocerse los resultados de la elección en Argentina, aparecieron en las redes cientos de indignados rasgándose las vestiduras ante el peligro de que en la vecina orilla haya ganado la presidencia un tipo que grita e insulta como si fuera loco. Pero nadie publicó un solo comentario sobre por qué o contra qué grita ese tipo.

Entonces: ¿son Milei, quien escribe, y todos los lectores que descargan su bronca a grito pelado contra los abusos de poder a grito, peligrosos para la sociedad? ¿O es más peligroso el recato y el miedo a la sanción social que nos hacen callar la boca y permitir que los abusadores de nuestra paciencia y de nuestros impuestos no se enteren lo que pensamos de ellos y continúen lo más campantes actuando como si fueran gestores de desarrollo y de derechos?

Para quien firma esta columna, el peligro son ellos. Y para el 57,5% de los argentinos, también.

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