Si como explicó Kant, la inteligencia del individuo “se mide por la cantidad de incertidumbre que es capaz de soportar”, es posible sostener que la negligencia de los líderes se mide por la cantidad de incertidumbre que son capaces de generar.
Desde ese ángulo de observación, los liderazgos de Alberto Fernández y Cristina Kirchner baten récords de negligencia. Parecieran actuar deliberadamente para multiplicar y amplificar la incertidumbre. Las materias primas alimenticias que exporta la Argentina han vuelto a tener los precios estratosféricos que propulsaron la economía durante el mandato de Néstor Kirchner. Pero en aquellos años, los argentinos sentían en sus bolsillos el crecimiento de la economía, mientras que en estos días los argentinos sienten que sus bolsillos desfallecen famélicos.
Por un ataque en profundidad lanzado por Cristina Kirchner, Alberto Fernández tuvo que echar a su ministro de Desarrollo Productivo, sumando siete ministros propios expulsados, sin haber echado a ninguno de los que responden a Cristina.
Matías Kulfas había disparado un tiro por la culata porque, si su intención era defender al gobierno denunciando a funcionarios kirchneristas que demoran la licitación para construir un gasoducto crucial para la economía, esa denuncia sólo podía terminar perjudicando al gobierno.
Pero más allá del error de Matías Kulfas, la economía naufraga en el mar de incertidumbres en el que Cristina Kirchner juega a la batalla naval contra el hombre al que ella convirtió en presidente. Es difícil entender su deseo de gritar “hundido”. Como si no comprendiera que actúa como el escorpión que pica a la rana que lo está cruzando el río. Como si no viera que el hundimiento de Alberto Fernández la hundirá también a ella.
El último disparo dio sobre la línea de flotación del presidente. Lanzó artillería pesada sobre el ministro al que nunca le perdonó haber escrito un libro en el que criticaba su segundo mandato presidencial.
A esta altura de la confrontación que carcome al gobierno, lo que le quedaba al presidente era intentar reducir la incertidumbre rompiendo totalmente con Cristina, ya que intentando convivir con ella el resultado logrado ha sido todo lo contrario.
Ni siquiera se animó a atenuar la imagen de capitulación que causó al echar a Kulfas, disolviendo el Ministerio de Desarrollo Productivo para incorporar esa cartera al Ministerio que encabeza Martín Guzmán. En lugar de eso, buscó en Daniel Scioli un reemplazante de Kulfas que la vicepresidenta apruebe.
Cristina Kirchner había logrado su objetivo: destruir a quien había osado criticarla en un libro publicado en 2019 y ahora había acusado a funcionarios ligadas a ella de buscar sobornos.
Kulfas había lanzado una fuerte descarga sobre la vicepresidenta, con la declaración en off acusando a funcionarios que responden a Cristina de actuar de manera turbia en la licitación del gasoducto Néstor Kirchner.
Lo que está fuera de duda es que ese gasoducto ya podría estar terminado y haciendo un suculento aporte a la agobiada economía argentina. Si aún está en veremos, posiblemente es porque el kirchnerismo volvió las licitaciones a foja cero y complicó el proceso en marcha, quizá con el objetivo de encontrar rasgos de corrupción en las licitaciones que había hecho Mauricio Macri, quizá con la intención de obtener tajadas de nuevas licitaciones, o quizá con ambos objetivos.
El hecho es que el bombardeo en profundidad que lanzó la vicepresidenta dio en el blanco y provocó destrozos en la destartalada imagen del gobierno.
Echando al séptimo ministro propio que fue atacado por la vicepresidenta, sin haber expulsado a ningún cristinista, Alberto dejó a la vista una vez más su debilidad frente a la líder kirchnerista.
Hace tiempo que resulta evidente que no habrá tratado de paz entre el presidente y Cristina. Alberto trabaja desde entonces para lograr aunque sea un armisticio. Pero la vicepresidenta ya no sabe como decirle que entre ellos no puede haber armisticio ni nada que no sea la capitulación incondicional del presidente.
En rigor, que Alberto Fernández se rinda no la ayudaría, porque nadie en el kirchnerismo, incluida la vicepresidenta, tiene una idea económica clara de cómo revertir la desastrosa situación económica y social.