Para qué volver a Ucrania

Cuando explotó la guerra, busqué pasajes a Kiev. Quería estar ahí. Verlo con mis ojos. Hablar con la gente. Estar en el terreno es una de las herramientas más añejas y valiosas en el arsenal de un periodista. Quise vivir en la Venezuela de Chávez, acercarme a la guerra contra el narco en México, entender la migración en Marruecos y escuchar a los familiares de soldados en Ucrania.

He pensado en volver a Ucrania desde el comienzo de la guerra en febrero de 2022. Le he escrito a la gente que conocí cuando estuve en 2019 para filmar un documental sobre desaparecidos por el, en ese entonces, congelado y olvidado conflicto con Rusia. Con Oleksiy, el traductor en ese viaje, intercambiamos mensajes a menudo. ¿Cómo se acompaña a alguien en esa situación?

“Por ahora no da tanto miedo”, me dijo el primer día; ayer sábado se cumplieron 500. El tono fue variando. “Batallas por todas partes. Muy estresante vivir la guerra. Estamos bajo un intenso bombardeo, muy, muy aterrador. Escondidos en el garaje”. La guerra también tiene su cotidianidad. Un día descubrió un agujero en el techo de la casa y se disculpó por interrumpir la conversación para arreglarlo. Hace poco le compró una bicicleta a su hijo mayor y una pelota al menor.

Alguien me dijo que las cosas se cuidan recordándolas. Cuando empiezo a perder interés por la guerra en Ucrania, hago tres cosas. Le escribo a Oleksiy, busco vuelos, y me acuerdo de un mojón de ese viaje. Un campo cubierto de nieve. Un sol de rayos cansados, anarajados y violáceos. Banderas ucranianas sobre las tumbas de decenas de jóvenes muertos a manos rusas.

A la escena, como a esta guerra, no se le percibe un final pese a que Vladimir Putin nunca ha estado tan expuesto como desde la estrámbotica y fallida rebelión del grupo mercenario Wagner. A no confundirse. Aunque recién muera en unos años, en el poder como le suele ocurrir a los autócratas, Putin ya habrá perdido porque su Rusia no será más grande, poderosa ni influyente.

Ucrania saldrá de esta guerra más unida, más segura de su identidad y más cerca de la Unión Europea y de la OTAN que nunca.

La lucha por Ucrania ejemplifica una batalla por valores del mundo democrático que deberían importarnos a todos. Sin embargo, América Latina se empantana de cara a la cumbre con la Unión Europea del 17 y 18 de julio. Desde este lado del Atlántico se busca eliminar los párrafos propuestos por Bruselas en los que se condena la invasión rusa.

El anquilosamiento ideológico de algunos no deja de desilusionar. Nunca hay ángeles en una guerra. Estados Unidos considera autorizar el envío a Ucrania de bombas de racimo, prohibidas en más de 100 países, y en uso por ambos bandos en este conflicto. Esparcen múltiples submuniciones que pueden quedar activas durante décadas. La guerra entre Israel y Líbano en 2006 duró 34 días. Dos años después fui al sur de Líbano, donde se estima que cayeron cuatro millones de submuniciones, a ver los trabajos de desminado. La bomba se lanza en segundos, las consecuencias duran un poco más.

Al buscar maneras de llegar a Ucrania, y crucialmente volver, es inevitable pensar en los motivos. Susan Sontag hablaba de la “perenne seducción” de la guerra. Atrae y repele. En su justa medida (pero ¿cuál será?) puede no ser tan dañina para quien la cubre.

Es más difícil ver a un vivo sufriendo que a un cadáver. Es más sencillo entrar a una guerra que salir. Tu cuerpo puede volver intacto y tu mente, tocada. Qué busca evadir el que va al choque con lo traumático, cuál paradoja intenta resolver al enfrentar lo insoportable, qué parte oscura aflorará. Nos resistimos a mostrar el lado más crudo de la guerra, aunque al hacerlo el sufrimiento puede globalizarse con la esperanza de que el público preste atención. Corremos el riesgo de banalizar el daño y volvernos inermes al dolor. ¿Qué antídoto para la apatía ofrece el periodismo?

Existe una expresión en inglés que carece de una buena traducción al español: speak truth to power. Sería “decirle la verdad al poder”. Es un acto que no pierde vigencia ni importancia, y resume un rol esencial del periodismo, pero el ancho de banda mental no es infinito y si lo agotamos, nos quedamos sin aire.

Con diferencia de unos días el mar se tragó a cientos de personas: cinco millonarios y 500 migrantes. Una historia cautivó, la otra se ahogó con velocidad. El ombliguismo no ilustra. No es relevante el minuto a minuto de la rodilla de Luis Suárez, ni en qué margen del río vive la China Suárez.

Bucear en los insondables catalizadores de la curiosidad nos arrastra a lugares tan llanos como profundos. Cómo hacemos para que la guerra no se convierta en una noticia más. Cuando se empiece a olvidar, habrá que recordar que la guerra desconcierta al pasado, destruye el presente y envenena el futuro.

La indiferencia, en tiempos de conflicto o no, nos va despojando de vida al hacernos apreciar menos lo mucho, y valioso, que tenemos.

* Juan Paullier escribe columnas en El País desde 2023. En 2006 empezó a trabajar como periodista. Durante una década fue corresponsal de la BBC en Londres, Miami, Caracas y Ciudad de México

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