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Opinión grupal

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Esta columna de hoy debe leerse como continuación y complemento de la correspondiente al domingo pasado. Ambas tratan sobre aspectos de la opinión pública, sus procesos de formación-deformación, sus engaños y sus revelaciones, siempre sobre la convicción que no hay transformación posible de la sociedad si no se cuenta de algún modo con la opinión pública.

Resulta ampliamente conocida la influencia que tiene, tanto en los individuos como en el comportamiento de las sociedades, lo que podría llamarse la sabiduría convencional. Las personas observan su medio social, se fijan en lo que se piensa sobre ellas. Los individuos tienen un miedo, en gran medida subconsciente, al aislamiento. Este miedo hace que la gente intente comprobar constantemente qué opiniones y modos de comportamiento son aprobados o desaprobados en su medio. El medio puede ser su barrio, su sindicato, su centro de estudio, etc.

Existe una tendencia al acomodamiento y una reticencia a singularizarse que opera como freno social. Ciertos sociólogos han elaborado una completa teoría sobre lo que llaman pensamiento grupal. Un conocido investigador y elaborador de dicha teoría es Irving Janis. La idea básica de su teoría es que el pensamiento grupal tiende hacia la uniformidad y la conformidad con la censura, lo cual limita el ingreso de nuevas informaciones al grupo o a la sociedad. Desde este ángulo puede verse mejor la sabiduría del voto secreto y la trampa del voto cantado de las asambleas estudiantiles o sindicales. La otra consecuencia es que el pensamiento grupal lleva a que sean adoptadas posiciones cada vez menos matizadas. Las personas que tienen opiniones extremas tienden a estar mucho más seguros de su verdad que los moderados. En la medida que los procesos grupales se van desarrollando y que los miembros “seguros” van teniendo éxito en imponer sus opiniones, todo el grupo se va transformando y la posición (grupal) se va haciendo cada vez más extrema neta y sin matices.

Janis sostiene que cuando los grupos o las sociedades son proclives a la deliberación o valoran y practican la discusión incesante antes que la puesta en práctica y la aplicación concreta, caen en dos fallas de funcionamiento. Por un lado se genera una presión social que hace que el individuo silencie y ponga a un lado la visión personal que pueda haberse hecho de las situaciones con el objetivo de evitar sanciones grupales o críticas provenientes del grupo. Por otro lado eso lleva a que se retenga informaciones valiosas que pondrían en cuestión -o enriquecerían y darían mejor forma- a la cantilena convencional.

La gente siente, según este autor, una particular aversión al disenso solitario. Esto lleva a dos consecuencias. Que el grupo o la sociedad valore y se guíe por la información compartida y convencional y desestime toda otra información (el asunto no es ver si la información es verdadera o no sino si es “apropiada”). En un balance de costo beneficio, aunque el individuo esté seguro del bien grupal o social que se derivaría de insistir en su propuesta, a los efectos de su propia tranquilidad y seguridad (supremo bien uruguayo) prefiere el silencio. Aquí podemos reflexionar lo que sucede en ciertos ambientes uruguayos como el académico o el intelectual. Janis habla de “sympathetic magical thinking”.

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