Nuestra leyenda heroica

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DIEGO FISCHER

La Real Academia tiene varias definiciones para la palabra leyenda: narración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición o: persona o cosa muy admiradas y que se recuerdan a pesar del paso del tiempo.

Las dos definiciones son las adecuadas para referirnos a la Tragedia de los Andes de la que ayer viernes se cumplieron cincuenta años. Medio siglo del comienzo de una odisea que el tiempo no solo no logró borrar, sino que ha ido ubicando en las efemérides de los hechos universalmente grandiosos.

La historia es conocida por todos, dieciséis rugbistas compatriotas lograron sobrevivir a un accidente de avión en la Cordillera de los Andes, y a 72 días en la montaña en condiciones que ningún ser humano hubiera podido soportar más de 72 horas. ¿Milagro, tragedia, odisea? Elija el lector el término que más le guste, todos son válidos.

La historia tantas veces relatada por los protagonistas escrita en numerosos libros y mostrada en cientos de programas de televisión y documentales, nos habla de un hecho excepcional. Dieciséis fueron los sobrevivientes (hoy viven quince) y veintiocho fueron las personas que quedaron en la montaña porque murieron en el accidente, o fallecieron en los días siguientes por las heridas sufridas cuando el avión chocó o en el alud que los sepultó a todos semanas más tarde.

La incomprensión, la crítica fácil y maledicente fue lo que durante años debió soportar ese grupo de muchachos que promediaban los 21 años, cuando en la Navidad de 1972 fueron rescatados de la montaña y -pocos días después- volvieron a Montevideo. Eran tiempos de mucha intolerancia en el Uruguay. El país vivía la peor crisis política de su historia.

Pocos, en nuestro país, dimensionaron lo que esos jóvenes hechos hombres a fuerza del sufrimiento y del dolor habían logrado. Pocos, también, comprendieron el dolor que padecían los familiares de los hombres y las cuatro mujeres que habían muerto en la cordillera.

Debió pasar el tiempo, un buen tiempo, para que la Tragedia de los Andes comenzara a ser vista como lo que fue: una proeza extraordinaria en la que todos los paradigmas se rompieron y todos los límites impuestos por la naturaleza fueron vencidos por la voluntad y el deseo de vivir de un grupo de rugbistas.

Luego de contar lo vivido en el libro Viven del inglés Piers Paul Read, texto que no le hace honor a la historia, los sobrevivientes se llamaron a silencio a lo largo de casi un cuarto de siglo. Tal vez ellos mismos hayan tenido que vencer sus propios miedos y su dolor. Nadie está preparado para vivir lo que ellos vivieron y en las condiciones en las que sobrevivieron.

“Bajar de la montaña, a mí me llevó muchos años”, me dijo, hace un tiempo, Eduardo Strauch. “Yo volvía todos los días a la cordillera”, me contó por la misma época Antonio Vizintín. “Dios fue el que decidió quién sobreviviría y quién no”, me expresó con dolor Stella Ferreira de Pérez del Castillo, madre de Manuel, el capitán del equipo que murió en el alud.

Recordar la Tragedia de los Andes es evocar lo mejor de la condición humana. Hay mucho dolor en esta historia, es cierto. Pero no podemos negar que los sobrevivientes de los Andes, hoy abuelos, son los héroes uruguayos contemporáneos. Son también una leyenda, nuestra mejor leyenda.

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