No sólo plata

El Presidente de la República Dr. Tabaré Vázquez hace bien al querer cumplir su promesa de aplicar por lo menos el 4,5% del PBI a la educación, ya que es una forma de fraude electoral prometer una cosa y realizar lo contrario.

Objetamos, sí, que la divergencia con el Cr. Astori se haya plantado en las vísperas de vencer el plazo constitucional para remitir el Presupuesto... y no durante la campaña. Y compartimos lo que todo el mundo sabe: que la discrepancia se zanjó sentando el porcentaje en una ley programática y condicionada, es decir, ley-non-ley.

La permanencia del Ministro se recibió con general beneplácito. Aleluya. Pero el acuerdo no debe apartarnos de las verdades que nos va revelando el decurso de los gobiernos.

Desde fines de los 50 rotaron los partidos. Desde principios de los 70 vivimos el horror de que se los prohibiera. A mediados de los 80 volvieron los lemas y la alternancia, potenciada al cuadrado un año atrás. Pero ninguna conducción logró que el erario pague sueldos satisfactorios a los educadores. A la vista está: ayer, paro en Secundaria.

Tiempo verdad: así como descubrimos que no tenemos el clima que nos enseñaban en la escuela —sin temperaturas extremas ni meteoros mortíferos que azotan a "los otros"—, comprobamos que el manto de humus con lluvias regulares y feraces aguadas, que también nos enseñaban como fuente de riquezas envidiables, ha descaecido entre sequías, inundaciones, aftosa y diferencias en los valores Coneat. Hoy no somos un país rico ni privilegiado. Y no hay con qué pagar bien a la educación, a la Justicia y a otros servicios que el Derecho y la conciencia saben esenciales, por una razón básica: somos un país pobre, sin grandes inversiones, endeudado por añadidura.

La creencia de que el hecho material manda por encima de los valores del espíritu, la moral, el lenguaje, el Derecho y las reglas de profesiones y oficios, nos limita mucho más que la endeblez de nuestros recursos.

De la falta de ortografía a la carencia de oficio, del achatamiento del lenguaje a la incapacidad para abstraer, no tenemos masas mal educadas porque somos pobres sino que somos pobres porque nos hicimos mal educados, vaciando los diálogos hasta quitarle a la vida lo que ella tiene de gracia.

Si también al reconocimiento de nuestra pobreza hemos de usarlo para justificar nuestras faltas, seguiremos depositando culpas y esperanzas en factores externos, determinados por la geografía o el cuadro mundial. Y seguiremos desatendiendo el cultivo personal, base y sinónimo de la cultura colectiva.

Siempre que se discute el presupuesto se invoca a los marginados extremos, los cuales sin duda requieren los apoyos que merece quien no aprendió a andar. Pero nosotros tenemos problemas educacionales no sólo en el nivel de los que dolorosamente están debajo de los mínimos sino en planos medios y aun altos. Y eso no se combate explicando por "procesos sociales" cómo "el colectivo" es afectado por "luchas de intereses" donde nadie es moralmente responsable sino revaluando la cultura en el sentido más amplio —Radbruch— para que vuelva a ser una vergüenza jugar a las escondidas con los principios y vuelva a definirse la persona —base de nuestra Constitución— por el vector de sus talentos y virtudes y no por lo que tiene o ambiciona tener el grupo —gremial, barrial, obrero, accionario o patronal— con el que se identifica o al que controla.

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