Está ocurriendo algo muy saludable en esta campaña: los principales partidos ponen sobre la mesa sus propuestas, elencos de administración y énfasis de gobierno, y con ello queda claro que hay dos modelos bien distintos.
La conferencia de Delgado en Buenos Aires de esta semana fue brillante en este sentido. No hay mejor argumento para ilustrar al mundo argentino que Uruguay está realmente en una encrucijada existencial, que narrar que hay una parte de la izquierda que quiere confiscar los fondos de las Afaps y otra parte de la izquierda que, sin votar esa resolución, tampoco está dispuesta a hacerle campaña en contra. Listo: se olió kirchnerismo a la uruguaya. Ya se sabe cómo termina todo eso, y ningún argentino con plata quiere revivirlo del lado “menos intenso” del Plata.
Habrá un voto a conciencia. Por un lado, si gana el Sí a la reforma de la seguridad social nadie podrá decir que no se conocían sus consecuencias: la mayoría habrá optado, sin excusas, por tirarse al precipicio de la incertidumbre económica, del pensamiento mágico social y de la demagogia política. Por otro lado, el Frente Amplio (FA) ha dejado claro en esta campaña que el Partido Comunista y sus aliados no están dispuestos a aceptar parsimoniosamente el liderazgo de la otra parte de la izquierda con su (simbólico) anuncio de Oddone para Economía. Si gana el FA habrá un gobierno en disputa, y sus escasos impulsos loables estarán siempre frenados por su siniestra.
Hoy, a cartas vistas, si gana el FA la educación será gobernada por los sindicatos; la política exterior seguirá el designio de Brasilia; los impuestos subirán; se derogará parte de la ley urgente ratificada por el pueblo en marzo de 2022; y se irá a una seguridad social de hecho insostenible. Todo eso ha sido anunciado por el FA, sin medias tintas. Será así el paroxismo del “país del lucro cesante”: perfecta expresión de Javier de Haedo que sintetiza radicalmente al Uruguay. Con un extra: un presidente cuya personalidad y construcción de liderazgo carecen evidentemente de don de mando.
Del lado de la Coalición Republicana, desde la conferencia en Buenos Aires, Delgado encontró sin dudas su traje presidencial. La franca competencia de Ojeda ayudó a recentrar el discurso e identidad blancas que habían perdido un poco de su mirada y su profundidad por la estrábica operación Ripoll. El perfil colorado hace a su vez un juego inteligente: seduce electorados nuevos y de nicho -lo de las familias multiespecie, por ejemplo-; azuza la competencia apostando a una especie de viejo doble voto simultáneo (ahora dentro de la coalición y para octubre); y no cesa de afirmar una opción coalicionista que es vivida como la decantación natural del signo del actual gobierno. Un Mieres más aguerrido y un Manini Ríos proclive a electorados distintos terminan por hacer, en conjunto, un eficiente barrido atrapalotodo.
Ningún partido o candidatura expresan perfectamente la identidad más profunda de cada preferencia ciudadana. Sin embargo, nuestra pluralidad partidaria, que convive bien con sus dos opciones coalicionistas tan distintas, asegura el voto democrático a conciencia.
Si los resultados terminan siendo nefastos, es decir con un triunfo del FA y del Sí a la seguridad social, nadie podrá hacerse el otario.