¿Nación charrúa?

Antonio Mercader

No estoy plenamente de acuerdo con la ley, recientemente votada, que designó el 11 de abril como el "Día de la Nación Charrúa". No concuerdo del todo porque con ese criterio deberíamos marcar otras muchas fechas en el calendario para honrar a las razas, etnias o nacionalidades que hicieron de este país lo que es. Empezando por los guaraníes, que tienen el mismo -o mayor- derecho que los charrúas a recibir el homenaje.

Quizás lo más rescatable de la iniciativa es que acoge un sentimiento popular de afecto a lo charrúa, elemento incorporado al imaginario colectivo como la raza fundacional del país, aunque eso sea difícil de probar científicamente. Si bien se apoya en algún dato histórico agrandado por la leyenda poética del "Tabaré" de Juan Zorrilla de San Martín, la idea de una matriz charrúa del ser uruguayo resulta insostenible. Es que estamos en el campo de los mitos, tierra de fundamentos vagos e inasibles, de creencias arraigadas en la gente con o sin razón. En ese sentimiento, más que en ninguna otra cosa, es donde la nueva ley encuentra su mejor justificación.

Es un sentimiento que personalmente palpé desde el ministerio de Educación y Cultura en 2001, cuando gestioné el retorno de los restos de Vaimaca Perú, el único de los cuatro charrúas llevados a Francia en el siglo 19 cuyo esqueleto se conservaba intacto en el Museo del Hombre, en París. Tengo fresco el recuerdo de aquella madrugada en la base militar del aeropuerto de Carrasco. Allí aguardaban miembros de asociaciones pro indigenistas y reivindicativas del legado charrúa, periodistas y efectivos de la Fuerza Aérea. Apenas bajado de la bodega del avión cargo de Air France que lo trajo, el ataúd fue envuelto con la bandera uruguaya por varios cadetes. Entonces vi que los cadetes y muchos de los presentes lloraban de emoción por el retorno de los despojos del indio charrúa. Fue impresionante.

A partir de esa madrugada, la emoción se propagó hasta el exceso pues poco después, influido por esa onda de reconocimiento colectivo hacia Vaimaca Perú, el Parlamento votó una ley absurda prohibiendo que se le extrajera medio centímetro de piel para hacerle el ADN. ¡Teníamos por primera vez los auténticos huesos de un charrúa y se le negaba a la ciencia la chance de analizarlos! Por suerte, la prohibición se decretó después que los antropólogos de la Facultad de Humanidades y Ciencias completaran sus estudios que, dicho sea de paso, confirmaron que los charrúas tenían un parentesco directo con tribus de la provincia argentina de Neuquén.

Hasta hoy las organizaciones indigenistas discuten lo que entonces se hizo con Vaimaca Perú, en particular que se hayan tocado sus restos y se lo haya sepultado en el Panteón Nacional en vez de trasladarlos a Arerunguá. Olvidan que bastante trabajoso fue todo el trámite y que las cosas se hicieron en estricto cumplimiento de otra ley votada en los años 90, que no resultó derogada en esta oportunidad.

Por último, hay un ingrediente molesto en todo este asunto y es la intención de pasarle una vieja cuenta al partido Colorado por lo sucedido en Salsipuedes hace casi dos siglos en una situación y unas circunstancias muy diferentes de las actuales. Siempre es injusto juzgar actos de antaño con los criterios de hoy. De generalizarse ese método no quedaría en nuestra historia santo con cabeza. Además, es inoportuno contaminar el homenaje a los charrúas con ciertos objetivos de política partidaria tal vez redituables en estos tiempos de campaña electoral.

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