Espacios públicos estropeados, zombis por doquier y de reacciones imprevisibles, veredas rotas, árboles descuidados, calles en mal estado y sin carriles señalados, con camiones y automóviles parando en doble fila todo el tiempo, tránsito mal pensado que alarga trayectos, ahora además con la culpabilización (ecologista-izquierdista-dogmática) de los automovilistas, esos que se han multiplicado en los últimos tres lustros (gracias a los autitos chinos más baratos) para zafar de los malos transportes colectivos de las horas pico que llevan varias décadas, mugre y basura por todos lados y a toda hora, olores desagradables, gente degradada en su dignidad, tirada en las veredas o acampando en plazas de toda la ciudad, grafitis que todo lo dañan y afean y que ya se integraron a la cotidiana decrepitud estética de inmuebles y monumentos, una ciudad vieja degradada y deprimida, que jamás puede ser una buena vidriera para el turista que desembarque por un tiempo en la capital, un centro tomado por gentes que moran, manguean y merodean, vecinos que apenas pueden huyen cada vez más hacia el este, lo más sobre la costa posible, lo más hacia Canelones que dé el presupuesto, a pesar del tiempo infame que se pierde en ir y venir en la veintena de quilómetros que se hacen siempre eternos (porque si tenés plata y te fuiste para el este, bancatelá), ruidos constantes, de las alarmas de los automóviles y de las casas, de los caños de escape libres de las motos, de los motores rugientes de los ómnibus, de los gritos de los que moran, manguean y merodean y además se pelean, de los perros que a nadie importa que ladren a la luna por horas (porque, al fin de cuentas, quejarse de eso es bien de cajetilla) en casas que quedan solas pero caninamente cuidadas, de las tapas de los contenedores que ¡paf! golpean, golpean y vuelven a golpear a cualquier hora porque son decenas y decenas los jóvenes flacos, de mano de obra inútil para la economía actual que tratan de hacerse el día de la resaca de lo que queda, y golpean de nuevo en la indiferencia del montevideano medio, ese que acepta todo esto, que cree que no está tan mal, que hay que aguantar, que no es para tanto, y que ya no reacciona, ya no sabe qué es una ciudad limpia, acogedora, linda, que huela rico, con juegos para niños en sus placitas amenas, con flores y pastos de plazas bien cuidadas, con gente normal y del barrio a quien saludar, con mujeres sin temor a parar en el auto por la roja del semáforo, a salir a las nueve de la noche a comprar algo (mejor lo dejo para mañana y cocino otra cosa), y con adolescentes que caminan sin miedos y saben apreciar la arquitectura de una ciudad orgullosa, hecha de convivencia, sociedad sin anomia y paz.
Yo sé que ese montevideano medio, que tanto adhiere al frenteamplismo hegemónico cultural, político y social, dirá que todo lo anterior no se cambia con la elección de un intendente de otro partido.
Y siendo que tiene razón, también es totalmente verdad que igual hay que cambiar la intendencia, ya que ni el nivel de riqueza actual de la capital ni el nivel educativo del viejo Uruguay merecen vivir en tal indignidad. Y si no resulta que mejora un poco, pues voten en 2030 a la izquierda de nuevo. Pero, de verdad, Montevideo, por favor: esto ya está.