Vivimos tiempos desafiantes, inquietantes, pero también prometedores. Nos ponen a prueba con un “descolocador” perfil de vertiginosidad y fugacidad de los avances innovadores.
Está claro que la revolución tecnológica no da tregua, imprimiendo diferentes rangos de velocidad a los cambios, provocando diversos impactos en la convivencia social. ¿Cómo prepararnos para afrontarlo?
Buena pregunta. Las experiencias son variopintas; a veces personales, y otras grupales, caracterizadas por su extrema dinámica.
Un ejemplo muy claro se da en el terreno de las comunicaciones.
Nuestro tiempo está dominado por el uso de la telefonía celular, que comenzó tímidamente con la practicidad de movernos con un teléfono de bolsillo -que nos acompaña a todas partes- (servicio impactante para ese momento), a llevar encima “toda una oficina” en el celular, con comunicación instantánea, archivos, documentos, red de contactos, cámara de fotos y de video, realización de trámites bancarios, biblioteca, traductor, etc. etc. El cambio es total e impactó profundamente -y para bien- en la vida de las personas. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos.
Las innovaciones continúan sin pausa, pero con una impresionante irrupción que nos sigue descolocando: la inteligencia artificial y su paquete de promesas impactantes. Nadie sabe a dónde nos conducirá pero sí garantiza más transformaciones en nuestras vidas.
En tal contexto debería resultar indiscutible que los grandes tomadores de decisiones del país y sectores más influyentes de la sociedad -gobernantes, políticos, empresarios, educadores, científicos, tecnócratas, periodistas- tienen la obligación de acompañar sincrónicamente la aceleración de los tiempos que corren.
Resulta muy preocupante escuchar discursos, reclamos y propuestas panfletarias de tiempos pasados, probadamente fracasados y superados por la realidad.
Cuando el presente demanda lucidez, creatividad, innovación y anticipación a lo que nos está alcanzando, resulta muy peligroso e irresponsable aferrarse a propuestas de otro tiempo, de realidades que ya no existen en el país, en la región ni en el mundo; o están en vías de desaparecer.
Esto ocurre porque muchas personas influyentes y tomadores de decisiones siguen atrapados en formas de pensar e ideologías propias del siglo pasado, que además supieron fracasar cuando intentaron dar respuestas y soluciones a las necesidades de la gente.
Necesitamos líderes lúcidos, conductores valientes que interpreten cabalmente los desafíos de nuestro tiempo, tomando en cuenta lo que nos llega desde fuera, así como las experiencias vernáculas, el aprendizaje local y la idiosincrasia nacional.
Se vienen tiempos de definiciones importantes, que nos afectan a todos. Por lo tanto, de ninguna manera podemos renunciar a exigirles todo a nuestros líderes.
Recae sobre ellos la enorme responsabilidad de extremar el uso de sus inteligencias, asumir responsabilidades superiores y compromisos con la gente, procurando maximizar los aciertos, y relegando aquellos aspectos más propagandísticos que pueden nublar la visión de un futuro prometedor e inminente.