Quiero retomar el tema de la clase media y sus cambios en el Uruguay contemporáneo. La clase media fue la más numerosa e influyente del país y consiguió derramar o transmitir sus valores y su estilo, sobre todo, el Uruguay. Esa clase se ha achicado y ha perdido algo de su antigua influencia por dos motivos. Primero: la emigración, que ya no es de los más pobres, sino de la clase media, que se aleja porque sienten que el país les tapa el horizonte del progreso. Los que emigran son más jóvenes y más calificados que los que se quedan. Segundo: la descomposición del sistema educativo que hace que hoy el 45% de los estudiantes no adquieran las destrezas mínimas para insertarse en la vida laboral y, por consiguiente, no puedan mantener el nivel socioeconómico de sus padres, es decir, el nivel de la clase media.
Todas las sociedades cambian con el tiempo. Además, el Uruguay no está aislado: formamos parte de un mundo claramente inestable, donde las dudas tomaron el lugar de las certezas. Aún tomando en cuenta eso hay que consignar dos cosas para referirlas a nuestra realidad. Primero, las sociedades no cambian por que sí y para cualquier lado: cambian en función de algo, de algo que les pasó, de algo que dejaron perder o de algo que generaron. Segundo: cuando el cambio no es un cataclismo externo, las sociedades cambian en función de su pasado.
Como dice Paul Connerton en si interesante libro “How Societies Remember” (Cómo recuerdan las sociedades): “Es una regla implícita que los que participan de un orden social cualquiera comparten una misma memoria”. Si no hay una memoria que de algún modo abrace a todos, la consistencia social se complica. La clase media uruguaya de los tiempos terribles de los años setenta sesenta y setenta, aún en el torbellino de aquello tan antiuruguayo, compartía la memoria del Uruguay anterior, sereno, próspero, seguro y libre, donde los militares solo salían del cuartel para desfilar, que se había ido sedimentado durante todo el tiro de sus vidas. Aunque el Uruguay de los setenta fuera muy distinto de aquel, el compartir la memoria preservaba aquellos valores nacionales aunque en esos años estuviesen negados.
En cambio, los uruguayos de hoy que tengan menos de cincuenta, no tienen ese recuerdo, no tienen registro de ese tiempo del Uruguay, no les dice nada, no establece contacto con ninguna vivencia. Los valores entretejidos en aquella memoria (los valores siempre son un legado, nunca un invento) le son ajenos a la mayoría de los uruguayos de hoy. Aunque filosóficamente se pueda decir que los valores son eternos, las sociedades sólo se sienten interpeladas u obligadas por valores históricos, es decir, valores que estén en su memoria.
La memoria que tienen los uruguayos debajo de 60 años es la de una sociedad desarticulada, puesta en cuestión, zaherida y menospreciada. Desde ella no hay conexión sólida con aquellos valores-memorias de clase media (observancia de la ley, ascenso por el esfuerzo personal, el estudio y el trabajo) que caracterizaron el pasado. No es sólo que la clase media se achicó y por eso no tiene influencia para derramar sus valores sobre toda la sociedad; es que hoy la propia clase media ya no los recuerda.