Por qué la persona más rica del mundo habría de ser normal, agradable o predecible?
A Elon Musk (Sudáfrica, 1971) lo estresa el trabajo, tiene cambios de humor, le hicieron bullying de chico, nunca encauzó la relación con su problemático padre y, a menudo, convendría que alguien le sacara el celular de la mano.
Hasta ahí llegan las similitudes con el resto del planeta. Dirige seis empresas y tiene 11 hijos con tres mujeres. No es llamativo que viva preocupado. La mayoría nos ahogamos en vasos de agua menos profundos.
Está metido en la exploración espacial (SpaceX), los autos eléctricos (Tesla), los túneles (The Boring Company), la inteligencia artificial (xAI y Neuralink) y las redes sociales (Twitter/X). Musk admite que “en cierto modo” tiene más influencia que el gobierno de Estados Unidos.
Parece ser alguien alejado de la misma humanidad que busca perpetuar. Para que nos salvemos como civilización, apuesta, debemos ser multiplanetarios. De ahí, su manía de conquistar el espacio y su insistencia con colonizar planetas con humanos. Ha hecho su parte con más de una decena de hijos. Les puso nombres como X e Y: está en muchos lados, pero no en su eje. Eso no es tan patológico como una anécdota que lo ilustra. El año pasado en un mismo hospital de Texas dos mujeres que se conocían parieron hijos de Musk a la vez sin saberlo.
Se pueden contar sus tuits estrafalarios, pero no sus múltiples personalidades. Allí reside uno de los gérmenes de su volatilidad. Llevar la mitad de la vida siendo multimillonario debe marear a cualquiera. Cómo culparlo si hay gente que se desorienta con bastante menos en el bolsillo.
Walter Isaacson pasó dos años junto a él, entrevistó a 138 personas de su órbita y publicó su biografía. Isaacson había escrito sobre Leonardo Da Vinci, Benjamin Franklin, Albert Einstein y Steve Jobs. Cuatro libros que se venden como “Las biografías de los genios”.
¿Hay que estar loco para ser un auténtico innovador? Si los genios suelen ser atormentados, Musk vive un tsunami diario. Se hace hincapié en su falta de empatía, la dificultad para las relaciones y su despiadado estilo de mando. Ese sayo le cabe a medio pueblo. El detalle es que no le afectamos la vida más que a unos pocos.
Musk echó al 80% de los empleados de Twitter y sigue funcionando. De pasearse un rato por estos lares, nos haría un favor si recorriera comisiones binacionales, intendencias y ministerios.
Ha habido más gente en el espacio al mismo tiempo (19) que funcionarios tiene la Jutep (11), lo cual permite tres lecturas. Hasta un marciano sabe que así no se combate la corrupción. Falta más de lo pensado para poblar otro planeta. Cuando Musk lo logre, acá estaremos discutiendo sobre lo mismo: una ciclovía.
A Isaacson le preguntaron si existía una correlación entre la psiquis destrozada de los genios y un voraz impulso para triunfar. Respondió que había nacido en un lugar mágico con padres maravillosos. Da sustento a la hipótesis de que con mejores padres, la humanidad sería mejor.
Los niños (y los adultos) no necesitan tanta pantalla ni plantas de tabaco, precisan abrazos y libros. Necesitan aprender a escribir una línea de código, hacerle las preguntas correctas a ChatGPT y desarrollar la habilidad de hablar sobre sus emociones. Precisan desafíos intelectuales y que los escuchen. Como a tantos otros, la pandemia trastocó a Musk. Se volvió antiestablishment y empezó a abrazar teorías conspirativas. Uno de sus hijos cambió de género y ahora rechaza todo lo que huela a progresismo. Se convirtió en tal actor geopolítico que se reúne con líderes mundiales con la frecuencia con la que vamos al gimnasio y es posible que en algún momento intente ser presidente.
La cuestión no es si este especialista del riesgo estuvo mal en no activar en Crimea los satélites que usa el ejército de Ucrania para evitar una respuesta de Rusia. Fiel reflejo de la intersección de tecnología universal, política mundial y el declive del Estado-nación, el tema es que un empresario de Silicon Valley tenga un papel clave en una guerra a 10.000 kilómetros de distancia. Cómo llegamos a eso y a dónde nos lleva.
Musk ha estado obsesionado con lo intergaláctico desde su infancia y ya logró opacar a la NASA. Se cuestiona la retracción estatal y la privatización del espacio. Es difícil pensar en otros planetas cuando no terminamos de solucionar problemas algo más terrenales.
No conocemos las ideas de los extraterrestres sobre la libertad de expresión, pero no sería raro que sus intercambios sean más saludables que los nuestros. Las redes sociales se han convertido en forzosa cloaca para periodistas y conveniente herramienta para conspiradores.
La desinformación campea, el propio Musk la alienta y coquetea con el antisemitismo. Asegura que es preferible ser atacado por desconocidos en X que disfrutar de la falsa felicidad de Instagram. Cómo mantenerse sano en un ecosistema tóxico: es más factible llegar a Marte que desinfectar Twitter.
Es imposible saber el límite de los anhelos de este hombre visionario, ambicioso y voluble, y si algún día se cansará. Será difícil mantenerse al margen de su carácter. Su historia deja una pregunta: ¿haber tenido una infancia traumática y creerse salvador de la humanidad son justificaciones suficientes para ser insufrible?